Basta analizar a la arquitectura para entender cómo, según la época, la noción de lo divino ha cambiado de forma. A propósito de este proceso, dos personas hacen un ensamble: ella aporta las fotografías y él replica con las letras. Finalmente, quien lee concede el sentido.
Fotografías: Gandharvika Martínez 1
Textos: Daniel Ochoa
I.
Palacio, geometría disuelta en piedra,
con su sentido diluido en comienzos
promete reencontrarme con lo divino.
II.
Miro al cielo para encontrar lo divino. Sin conciencia, su cuerpo algún día se despertó, se sacudió todos los nombres con que yo le cubría y se echó a volar. Dejó un espacio vacío: ruinas de palabras, páramos desiertos, cáliz sin lumbre (pero aún tibio).
III.
instantes que duran arquitecturas
momentos que duran formas
intervalos que duran silencios
perpetuidades que duran sombras
IV.
Recuerdo que las primeras veces te encontré en un cuerpo (femenino) esculpido en piedra, tallado en madera o moldeado con barro. Poco importaba la técnica: me prometías la lluvia y la cosecha. Yo te hablaba en una lengua que olvidé. Primero te recompensé con la arquitectura; después, cuando te dejó de bastar, con la ciudad.
V.
Te hallé después en otro cuerpo (ahora masculino), pero igualmente hermoso…tan hermoso que te crucifiqué, que te aventé a la hoguera, que te guardé —celosamente— en cuatro letras para que nadie te descubriera. Paraíso o infierno, daba igual tu condena: me bastaba con ocupar tus deliberaciones.
VI.
me regalaste una plegaría
VII.
con la letra acaricié tus reposos
mientras, en la oscuridad, devorabas a mis dioses decrépitos
casi nunca por hambre, casi siempre por devoción
supe visitar tus ausencias
me supe comunicar con tus silencios
la fe: puente de presencias, placeres que mañana
serán castigos, memoria que no despierta
y te creí, y me creaste, y te creé
VIII.
Tomaste un poco de aire y, al soplarlo en mis manos, me lo regalaste. Así acaricié tus entrañas. Yo te regalé mis presencias: al mostrarme frente a ti, te obsequié mis secretos. Visitaste todo cuanto había visitado, viste todo cuanto había visto. No hubo gran dilema: el presente es un eterno pasado. Me sentí dichoso.
IX.
…y luego, la ruptura. Te intenté hallar en otros cuerpos —más bien, pseudo-cuerpos y proto-cuerpos— que llamé religión, ciencia, técnica. Me disfracé de razón, casi siempre sin éxito. Te terminé por olvidar. Me terminaste por abandonar.
X.
Con tus lejanías rompí mis alfabetos y me puse a erigir otra cosa: un edificio nuevo.
XI.
Primer intento: […].
Sin éxito.
XII.
Segundo intento: […].
Sin éxito.
XIII.
Tercer intento: […].
Sin éxito.
XIV.
Cuarto intento:
Todos mis dioses (indeformables, insobornables, belicosos) se abalanzaron sobre mí. Esa tarde, de melancolías anticipadas, me visitaron por última vez.
Tú también estabas allí.
- Arquitecta y fotógrafa de lo cotidiano. ↩︎