Todas las preguntas caben durante la contemplación, incluso la más difícil, que nos tienta a responder por cuánto tiempo somos aquello que pensamos. La experiencia estética es una transición entre el ser y sus contornos, pues lo sitúa frente a una verdad siempre a punto de caducar: ¿cuánto dura una presencia?
Por: Miguel Cárdenas Agüero 1
Hay momentos en que uno se encuentra solo consigo mismo, en la quietud de una tarde, en la brisa de un amanecer o en el simple acto de detenerse a pensar. Es en estos espacios de introspección donde surgen las preguntas que nos definen, las dudas que nos inquietan y las emociones que nos conmueven. La búsqueda de sentido, de identidad y de aquello que nos completa no es algo que se pueda trazar con líneas rectas; es un recorrido que podría llamarse “chueco” o “torcido”, lleno de descubrimientos y, a veces, de decepciones. En estos instantes, más que en cualquier otro, lo estético comienza a tomar forma, no como una definición estricta, sino como una respuesta a la experiencia de vivir.
Al mirar a nuestro alrededor, es fácil dejarse llevar por lo que otros piensan, por las expectativas que nos rodean y por la imagen que deseamos proyectar. La influencia que ejercen sobre nosotros las personas que admiramos o con quienes nos comparamos es, sin duda, poderosa. Sin embargo, la verdadera conexión con lo estético no surge de estas comparaciones; más bien, radica en la autenticidad con que nos permitimos experimentar el mundo. La estética se convierte en un espacio donde lo más íntimo de nosotros se revela, no ante los demás, sino ante nosotros mismos.
Hablar de lo estético es, en muchos casos, hablar desde lo subjetivo, desde una opinión que no pretende ser universal. Lo que para unos es hermoso, para otros puede no ser más que una curiosidad pasajera. En esta subjetividad reside la riqueza de lo estético: más que en su capacidad de ser definido, se encuentra en su habilidad para conmovernos de maneras inesperadas. Al permitirnos ser vulnerables ante lo que sentimos, comenzamos a comprender que la estética no es una imposición externa, sino una invitación a explorar lo que realmente nos mueve. La creación, en cualquiera de sus formas, se convierte en un medio para este encuentro con lo estético. No se trata de buscar la aprobación o el reconocimiento de otros; al contrario, se trata de encontrar satisfacción en el propio proceso. Crear es un acto de resistencia frente a las expectativas ajenas, una declaración de independencia cuya verdadera importancia apunta a cómo nos sentimos al hacer, al imaginar, al dar vida a lo que antes sólo existía en nuestra mente. Es en este proceso donde la estética encuentra su lugar, no como un fin, sino como un medio para el autoconocimiento.
Sin embargo, es fácil caer en la trampa de la comparación: de medirnos con la vara de los logros y percepciones ajenas. En estos momentos, lo estético corre el riesgo de perder su autenticidad, de volverse un reflejo distorsionado de lo que realmente somos. La verdadera plenitud se alcanza cuando logramos apartar estas influencias y centrarnos en lo que nos conmueve, en lo que nos llena de vida. Es entonces cuando lo estético deja de ser un concepto abstracto y se convierte en una experiencia profundamente personal.
En la contemplación, en esos momentos de silencio donde el mundo exterior parece desvanecerse, es donde lo estético se revela con mayor claridad. No es un adorno, no es algo que pueda ser embellecido para ser mostrado, es, en cambio, una experiencia íntima, una conexión directa con lo que somos en nuestra esencia más pura. Al encontrar belleza en la sencillez de un pensamiento, en la calma de un paseo o en la creación que nos absorbe, descubrimos que lo estético es, en realidad, una manifestación de nuestro propio ser.
En estos momentos de contemplación, alejados de la presión de lo que otros esperan, lo estético adquiere una dimensión más profunda. La verdadera emoción se encuentra en el proceso, no tanto en el resultado: en la sensación de estar plenamente presentes en lo que hacemos. Ya sea al escribir, pintar o simplemente reflexionar, lo estético se convierte en una forma de expresar lo que somos, sin la necesidad de aprobación, sin la urgencia de ser comprendidos por otros. Al final, lo estético es un camino hacia la autenticidad, más que un fin en sí mismo. Es en la creación, en la contemplación, en el acto de conmoverse a uno mismo, donde encontramos la verdadera belleza. No es algo que se busca para ser exhibido, sino algo que se descubre cuando nos permitimos ser genuinos, cuando nos alejamos de las comparaciones y nos sumergimos en lo que realmente nos apasiona.
Cerrar este viaje con una reflexión más íntima es esencial, porque lo estético, al igual que la identidad, es una búsqueda constante. Es un proceso de descubrimiento que nunca termina, donde cada emoción, cada pensamiento, cada acto creativo nos acerca un poco más a quienes realmente somos. En este camino, la estética se convierte en un espejo que refleja nuestra verdadera esencia: una que, cuando es auténtica, trasciende lo superficial y nos conecta con lo más profundo de nuestro ser.
- Arquitecto. ↩︎
Nota: la fotografía de la portada fue obtenida del sitio web de Pexels. Los créditos autorales corresponden al usuario “Oleksandr P” [@atlantic_ambience].