Séneca nos enseñó que, de entre los cuatro incorpóreos (categorías con que entendemos el mundo, aunque sin sustancia física), se encontraba el tiempo: inasible, pero real. De la piedra al movimiento, y de la luz al sonido, el tiempo revela sus formas mediante lo corpóreo. Este fotoensayo explora sus huellas en lo visible y lo efímero.
Por: Gandharvika Martínez 1
I. La luz que viaja en el tiempo
Los caminos del tiempo que dan lugar a un viajero que se deja tomar entre los segundos, donde nada se detiene y logra mostrar su forma.



II. La sombra como reloj natural
La sombra como el reloj natural, móvil, que por un momento, gracias a los que podríamos conocer como “corpóreos” —elementos sólidos y en su mayoría inmóviles—, logra volverse tangible, real y material: es el tiempo vivo.



III. Los espejismos del tiempo
Los espejismos, una realidad paralela, compleja, que se observa en un mismo presente, pero con significados diferentes. Perspectivas momentáneas y surreales.



IV. El tiempo y la piedra
Muestra de su paso y sus efectos. Las marcas y manchas vivas de los momentos transcurridos y vividos por cada pieza material. De ahí que se necesiten el uno al otro para mostrarse el tiempo y la forma.



V. Movimiento
Congelado, ya sea rápido o lento: de cualquier modo, en su mínima expresión instantánea a través del lente.



VI. Decibeles
El océano, donde el tiempo pareciera detenerse en movimiento, donde los momentos se vuelven efímeros y espumosos. Ninguna ola es igual a la otra, ningún presente es igual al que “sigue”. El mar suena, inigualable, incomparable. Canción que se repite en el tiempo, con ritmo y cuerpo.



VII. El tiempo cotidiano
El tiempo cotidiano, el de la ciudad que vive, suena, se mueve y avanza. Donde nada pareciera estar inmóvil. Los caminantes, el sol, la lluvia, el color: la vida misma que nunca para.



- Arquitecta y fotógrafa de lo cotidiano. ↩︎