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El tiempo en los desastres y los desastres en el tiempo

Por: Hugo Ignacio Rodríguez García

A lo largo de la historia, el humano ha desarrollado mecanismos para anticiparse a las contingencias del futuro: desde el oráculo o la adivinación hasta la proyección económica o el modelo atmosférico. Sin importar la disciplina que se elija, el futuro tiene una forma en el presente. Actualmente, en el caso de los desastres, ¿cómo planteamos esa interrogante?

Por: Hugo Ignacio Rodríguez García 1

¿A qué edad te enteraste de que los desastres no son naturales y a qué edad te enteraste de que el tiempo tampoco es natural?

Se podría pensar que los desastres y el tiempo no tienen nada en común, más allá de tomar conciencia de ellos en ciertos momentos, por ejemplo: cuando se está viviendo un desastre en que se altera la vida en términos cotidianos; cuando hay pérdidas de vidas humanas, afectaciones en la infraestructura o perturbaciones en los medios de subsistencia, y se ve rebasada la capacidad local para afrontarlos; o cuando se cumple un año más de vida, llega diciembre y uno percibe que el año pasó muy rápido. Lo mismo ocurre cuando uno está con cierta ansiedad a la espera de que ocurra algo o llegue alguien. 

Al igual que sucede cuando nos detenemos un poco para pensar en el tiempo y su transcurrir en nuestras vidas, nos damos cuenta de que los desastres también transcurren en la vida, en el día a día. Es común pensar que el tiempo es algo objetivo, algo que es ajeno a la sociedad y que transcurre independientemente de nosotros. Lo mismo se piensa de los desastres: que son independientes de nosotros, como sociedad, y que son generados por la naturaleza o por fuerzas divinas o sobrenaturales. Pero no hay nada más alejado de la realidad, pues el tiempo y los desastres son constructos sociales. La manera como los generamos, percibimos y significamos (el tiempo y los desastres) dependen de la forma en que nos organizamos como sociedad, de las creencias y parámetros culturales, de las condiciones materiales y de vida que tenemos. 

A lo largo de este texto ahondaré en esta relación estrecha e inherente entre el tiempo y los desastres, y en cómo estos, dependiendo de la forma en que los visualicemos, pueden ser percibidos, vividos y atendidos. 

Los desastres no son naturales y el tiempo tampoco lo es

El tiempo en y de los desastres es una dimensión compleja y, a la vez, comúnmente obviada…por tanto, no siempre es atendida, incluso por la inteligencia artificial (IA). Cuando le pedí a Gemini que creara una imagen en que se pudiera plasmar la relación entre el tiempo y los desastres, generó la imagen 1.

Como podemos observar, para representar el desastre, la IA tuvo que incluir ruinas y escombros de casas. Por otro lado, para representar al tiempo, incluyó un atardecer o un amanecer (transición del día a la noche o viceversa). Como ya he mencionado, esta relación del tiempo y los desastres suele darse por hecho: es obviada y naturalizada. De tal suerte, si se le llega a considerar es por la probabilidad de ocurrencia de una amenaza o un peligro, y por su desarrollo e impacto en una población vulnerable. En consecuencia, la relación entre los desastres y el tiempo suele dividirse y vivirse social, académica e institucionalmente en tres fases o momentos: antes, durante y después del “desastre” —en realidad es antes, durante y después del impacto de la amenaza o peligro—. 

Pero, si nos detenemos a pensar un poco más en la temporalidad en y de los desastres, nos daremos cuenta de que coexisten una serie de temporalidades diversas que complejizan el entendimiento y tratamiento de estos: a) el tiempo en los procesos de riesgo-desastre, b) el tiempo institucional/gubernamental para gestionarlos (fases o etapas para su gestión) y c) el tiempo de las personas que viven estos procesos. ¿O acaso es un mismo tiempo que sólo es percibido y vivido de manera diferencial por la sociedad, la academia y las instituciones gubernamentales?

La antropología del tiempo puede brindar algunas pistas para responder a este planteamiento. La antropóloga Gabriela Vargas Cetina refiere que el tiempo forma parte de nuestra experiencia cotidiana y que, si bien se nos presenta en formas y sentidos que nos parecen “naturales”, estos son, en realidad, culturales. Sus usos suelen estar relacionados con la justificación de relaciones de poder, que se hacen más evidentes, por ejemplo, durante la declaratoria de un “desastre natural” por parte de las autoridades gubernamentales, situación que implica un reconocimiento institucional y público del comienzo y fin del desastre (aunque, en la realidad, el desastre aún se esté padeciendo en sus múltiples manifestaciones, dimensiones y dramatismos). 

Desastres ¿delimitados en el tiempo y en el espacio?

Como ya se ha indicado, es común que se piense que los desastres son acontecimientos creados por fenómenos extremos de la naturaleza o del hombre, que acontecen en un tiempo y en un espacio determinados y bien delimitados. Esta creencia ha derivado en que, dentro del ámbito académico, institucional (organizaciones relacionadas con la Protección Civil) y social, se les caracterice como “eventos inesperados, súbitos e impredecibles”. Desde esta visión, entonces, se considera que el desastre sucede cuando el “fenómeno perturbador ocurre” e impacta a determinada población, y termina inmediatamente después del impacto: del auxilio y de la reconstrucción de algunas infraestructuras consideradas estratégicas. 

En la Ley General de Protección Civil de México, el desastre es entendido como el producto de que ocurra uno o más “agentes perturbadores severos y/o extremos”, que, cuando acontecen en un tiempo y en una zona determinados, causan daños y que, por su magnitud —la de los “agentes perturbadores severos o extremos”—, exceden la capacidad de respuesta de la comunidad.

De este modo, el tiempo o la temporalidad del desastre está relacionada, única y exclusivamente, con la temporalidad del fenómeno natural o antropogénico. La probabilidad de ocurrencia de dicho fenómeno y su probabilidad de impacto es lo que determina la probabilidad de existencia del desastre. En esta lógica suele manejarse una segmentación temporal del desastre: antes, durante y después. 

En estas circunstancias, no queda más que estar preparados ante el impacto de un “fenómeno perturbador”, esperando a que “produzca” o “se convierta en” un desastre, para posteriormente desplegar una serie de recursos humanos, tecnológicos y materiales, con el objetivo de atender a la población afectada para dirigirla hacia una etapa de recuperación y reconstrucción. En el mejor de los casos, se termina por vivir en las mismas condiciones de vulnerabilidad que se tenían antes de que se materializara el desastre.

Todo lo anterior se engloba en lo que el geógrafo canadiense Kenneth Hewitt denominó como “visión dominante”, por su presencia e influencia en la sociedad, en la academia y en las instituciones gubernamentales. Por tal motivo, desde la década de los 70 y 80 del siglo pasado, se ha generado otra forma de visualizar al desastre. Se trata de un esquema que nos brinda la posibilidad de entender a los desastres desde otro parámetro temporal con un mayor margen de acción para gestionarlos: comprenderlos como procesos sociales.

Concebir a los desastres como procesos sociales nos permite poner el foco no únicamente en la probabilidad de ocurrencia del fenómeno natural o antropogénico, sino en todos aquellos procesos territoriales permeados por procesos económicos, sociales, políticos y ambientales que dieron lugar a la condición de riesgo de desastre. A este tipo de enfoque se le conoce como “visión alternativa”. 

¿Antes, durante y después del desastre?

La visión alternativa permite entender que el desastre es generado o construido años, décadas o siglos antes de que ocurra e impacte algún fenómeno natural, socionatural o antropogénico. Sus causas subyacentes, por tanto, pueden proceder de cualquier espacio geográfico que se relacione con los procesos económicos, sociales, políticos y ambientales que se plasmaron localmente en el territorio.

En este sentido, se puede hablar del antes, durante y después del impacto de la amenaza o el peligro en una población vulnerable; pero no del antes, durante y después “del desastre” porque, en realidad, es sumamente complejo determinar dónde y cuándo comenzó a construirse el desastre que se materializó en daños y afectaciones en la vida de las personas, sus medios de subsistencia, su cotidianidad, su infraestructura y su entorno socionatural. Lo correcto es hablar del proceso riesgo-desastre, que se encuentra enmarcado en otros procesos que provienen de —y se desarrollan en— otras temporalidades y latitudes. Hay una gama de conceptos que dan cuerpo al proceso de riesgo-desastre: amenaza o peligro, vulnerabilidad y riesgo. 

Gracias al cambio de concepción del desastre (que deja de entenderlo como un evento y lo comienza a concebir como un proceso social), se puede entender al riesgo como un proceso construido socialmente que, consecuentemente, es dinámico y diferenciado. Es decir, diferentes sociedades, comunidades o personas tienen condiciones distintas de riesgo, aunque se ubiquen geográficamente en un mismo lugar, al mismo tiempo o en temporalidades diversas. Esta condición permite entender al riesgo como una construcción social, dada la generación de condiciones de vulnerabilidad por parte de las propias sociedades en términos de sus relaciones sociales, económicas y de poder; y por la generación de amenazas naturales, socionaturales o antropogénicas.

La vulnerabilidad puede ser entendida como la predisposición al daño y la capacidad para resistir el impacto de una amenaza o peligro, y se genera a partir de los modos de apropiación de la naturaleza, de la construcción de territorios y de la distribución de la riqueza y pobreza que se expresan a través de factores económicos, políticos, sociales, culturales, ideológicos, educativos, institucionales, físicos y ambientales. 

Por su parte, a la amenaza o al peligro los podemos entender como la probabilidad de que ocurra un fenómeno natural, socionatural o antropogénico, y que impacte a una población vulnerable a éste. Es decir, la amenaza o peligro se constituye siempre y cuando haya población vulnerable a la ocurrencia e impacto de determinado fenómeno. A partir de esta conjetura, se plantea que la amenaza es construida socialmente, porque se necesita que exista vulnerabilidad ante el fenómeno para que éste se considere amenazante o peligroso.

De este modo, el riesgo de desastre se constituye como la antesala del desastre: es la probabilidad de daños y pérdidas, y la probabilidad de que se materialice el desastre que se ha venido construyendo. El riesgo, entonces, es un concepto que permite analizar y comprender qué tanto se ha construido el desastre en una población determinada y en un momento dado, sin que éste se haya materializado aún en forma de daños y pérdidas. Por este motivo, cuando se habla de “gestionar el riesgo de desastre”, se está haciendo referencia a todas aquellas acciones destinadas a disminuir las amenazas, pero, sobre todo, a disminuir las vulnerabilidades. En la medida que se disminuya uno de estos dos componentes, se estará disminuyendo el riesgo de desastre. De esta forma, los gobiernos, sociedad e iniciativa privada pueden prevenir o disminuir los riesgos y, por ende, los desastres. 

¿Cómo nos puede ayudar el tiempo para un mejor entendimiento y tratamiento de los desastres?

Como podemos observar, el tiempo en los desastres está estrechamente relacionado con la manera en que son percibidos, comprendidos y abordados. De ese modo, la “visión alternativa” de los desastres (en que se les entiende como procesos socialmente construidos) constituye una aproximación mucho más adecuada para acercarnos a su complejidad en términos espaciales y temporales. Además, en la medida en que se van ubicando los procesos y factores que generan los desastres, se estará en posibilidad de atribuir responsabilidades y corresponsabilidades en su generación, materialización y tratamiento. Esta visión también devela las relaciones de poder en la configuración política y económica de los desastres, sin olvidar, por supuesto, su gestión. Asimismo, nos permitirá, en todo momento, enfocar los esfuerzos para prevenir y gestionar los riesgos a partir de las experiencias espaciales y temporalmente situadas de quienes están viviendo un desastre o quienes ya lo están padeciendo.

Las coexistencias e interrelaciones del tiempo en los procesos de riesgo-desastre merecen toda la atención por parte de quienes los estudian y atienden, sin perder de vista los posibles usos instrumentales de las temporalidades en favor de poderes políticos y económicos, y sus efectos sociales y culturales en el ámbito de la investigación, en la gestión del riesgo y en el día a día de las personas que viven en condición de riesgo de desastre. 


  1. Bombero y gestor de riesgos. ↩︎

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