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El tiempo existe, sólo si lo miras

Por: Ernesto Nava Trujillo

¿Qué hace a la arquitectura tan fascinante ante el ojo que quiere contemplar o la voz que desea narrar? Los vestigios humanos abren espacios fecundos para depositar la idea de la vida y, lo más importante, para dar gravedad al paso del tiempo. Desenterrar la ruina es desenterrar la memoria. Y en ese momento, la arquitectura es el lenguaje del tiempo…o, acaso no sea exagerado decir: es el tiempo hecho lenguaje.

Por: Ernesto Nava Trujillo 1

Hablar del tiempo es como hacer notar nuestra respiración: inevitablemente nos empuja a hacer consciente un fenómeno automático, como si el sistema simpático se encargara de mover nuestro reloj y, de pronto, intentáramos tomar control de sus manecillas. En este sentido, sólo podemos ser observadores del fenómeno instantáneo e intentar describirlo —seguramente sin éxito— porque hablar del tiempo es narrar el camino al barranco mientras uno se acerca a su borde. Si tomas demasiado tratando de explicarlo, él toma tu vida, para prueba de todos aquellos que lo han intentado —en paz descansen—.

El tiempo es una antilogía, por ser un bien infinito y no renovable: infinito, en su estado natural; no renovable, cuando se le añade la variable de la existencia. Cuando nos referimos a las personas, el paso del tiempo —diría Cortázar— es como terminar un libro: cada segundo puede ser uno más leído o uno menos por leer, un segundo más o un segundo menos.

Desde mi punto de vista —de arquitecto—, además del tiempo “físico”, dónde la humanidad transita entre acontecimientos, y el “psíquico” de San Agustín, el de la atención, cohabita el tiempo del “relato” de Baudrillard, ese que existe en la memoria, más allá de nuestros sentidos. Aun cuando se suele separar al espacio del tiempo para entender ambos conceptos, habría que aceptar su codependencia. El fenómeno del espacio arquitectónico no existe en tanto no medie un observador. De la misma forma, la idea del tiempo sin el espacio y sin la memoria parecería perder tracción.

El paso del tiempo, sin embargo, deja una estela testimonial de eventos que permiten releer su ruta y que son interpretables. De alguna forma, es posible trazar el tiempo pretérito a través de sus rastros: algunos existen en la memoria y se pierden, aunque la mayoría —afortunadamente— perseveran físicamente, moviéndose a distintas velocidades, distintos tiempos. Así pues, encontramos el tiempo que forja montañas y el tiempo de los aviones que las dejan atrás sobrevolando el horizonte —y que, por cierto, en el segundo evento, las primeras se desvanecen—. Fácilmente podemos perdernos en su sola concepción, porque el tiempo es sólo el lienzo donde los eventos se van forjando. Aislado no es más que una hoja en blanco, muda, que no termina y requiere de variables que lo hagan medible, que le den frontera.

Visto desde la arquitectura, los objetos construidos son variables que dan al tiempo forma por antonomasia. La historia del mundo se interpreta en buena medida a través de sus construcciones —sus vestigios—, y es a través de ellas que se logran interpretar, no sin dificultades, momentos históricos que dan dimensión al tiempo de la humanidad. Los objetos nos devuelven pedazos de memoria. De alguna manera, la arquitectura logra congelar los sentidos en objetos de piedra y cal que nos hablan —diría Paul Valery— y, en ocasiones, cantan. Esta forma del tiempo escrito es la que Baudrillard describe hábilmente con la relación entre el tiempo narrado y el espacio construido, ese que yo llamo “espacio arquitectónico”: la partitura que los hombres interpretamos porque sólo podemos atrevernos a interpretarlas por la imposibilidad de viajar atrás en el tiempo.

Creo que lo complicado que resulta hablar del tiempo se debe a la imposibilidad que tenemos de sostenerlo, inmovilizarlo para verlo de frente y poder describirlo, analizarlo. Por ahora, nos tendremos que conformar con los rastros que nos dejan intuir que ha pasado —que sigue pasando—, y que nos recuerdan el lapso tan corto que nos deja para entenderlo. Probablemente lo hagamos en el instante que caminemos hacia la luz.


  1. Arquitecto y filatelista. ↩︎

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