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“¿Y si me pasa algo?” El futuro como fuente de peligro y sus consecuencias entre las personas que viven cerca

Por: Andrés E. Sierra Martínez

Sean reales o percibidas, ante las inquietudes del futuro se asoman las insuficiencias del presente: falta de control, fragilidad, exposición. Es entonces cuando la imagen del vecino se acusa como un mecanismo de amparo. En términos sociológicos, la forma como moldeamos al futuro nos hace pensar que el tiempo es una manufactura minuciosa, no por intangible menos rigurosa.

Por: Andrés E. Sierra Martínez 1

Hace unas semanas, un sábado por la noche, estaba en casa cuando escuché a una persona gritando en la calle. Uno de mis vecinos, que había salido de su casa para fumar un cigarro, como hace frecuentemente, se dio cuenta de que ocurría algo sospechoso en una casa de nuestra calle. El vecino intentaba ahuyentar a un puñado de jóvenes que habían entrado a robar. Después llamó a la policía y al dueño de la vivienda para comentarle lo sucedido. Cuando pasó el alboroto me quedé pensando en que tal vez esa pudo haber sido mi casa. A fin de cuentas, mi vecino y yo solamente tenemos en común el hecho de vivir cerca. Hoy, si mi pareja escucha ruidos en la noche, sólo piensa en que volvieron los ladrones. Me quedé un buen rato de la noche reflexionando: ¿y si me hubiera pasado eso a mí? ¿Qué podría pasarme en el futuro?

El futuro no existe, sino como una expectativa que construimos dentro de nuestras conversaciones o fantasías. Cuando reflexionamos en la importancia del tiempo, no podemos ignorar cómo nuestras expectativas del futuro influencian las acciones o decisiones que tomamos en el presente. Además, cuando se transforma en presente, el futuro nunca se ajusta perfectamente a lo que esperábamos. Quizá por esta razón el futuro nunca llega ni se agota, sino que solamente se desplaza, se escapa, se “mueve hacia adelante”. Una frase predilecta de los terapeutas dicta que la habilidad —perfeccionada por sus pacientes al paso de los años— de anticipar tantos escenarios como el cerebro pueda computar no es una suerte de sentido arácnido, sino una ansiedad ante cierto futuro que todavía no ha acontecido. El futuro es siempre anticipado, observado, pensado y sufrido desde el presente. 

Más allá de cualquier especulación sociológica o terapéutica sobre la construcción de expectativas o creencias, el futuro puede sentirse como una fuente de peligro. Esta sensación ocurre cuando, por alguna razón, nos enfrentamos a circunstancias ante las que tenemos (o percibimos tener) poco control. El futuro entonces puede representar una posibilidad de daño que viene desde un factor externo, sobre el que tenemos poca o nula influencia, y que además irrumpe en nuestra realidad de forma impredecible. Independientemente de si estas atribuciones sean correctas o no, el futuro puede observarse continuamente desde el peligro, particularmente si percibimos que tenemos pocas decisiones que tomar, resultando en nulo control o influencia sobre lo que pueda pasarnos. Está por demás decir que esta experiencia no se percibe u observa de la misma forma por todas las personas.

Observar al futuro como fuente de peligro no se limita a lugares o geografías en específico, pero puede ser una expectativa particularmente notoria en ciudades marcadas por la combinación de diferentes formas de precariedad, desigualdad y cosas inesperadas. En la Ciudad de México, por ejemplo, el futuro también se puede observar como una fuente de peligro. Si tenemos suerte, la alarma sísmica nos avisa con poco menos de un minuto de anticipación que un sismo sacudirá la ciudad, pues éste ya sacudió alguna otra parte del territorio nacional. Temas como la inseguridad o los accidentes al transitar las calles de una ciudad de millones de habitantes no son una novedad, y dicha situación se extiende al funcionamiento mismo de los sistemas de transporte colectivo que pueden dejar de funcionar como se espera. Ante un par de años de sequía, las reducciones en los niveles de agua disponible para consumo de los hogares pueden generar incertidumbre ante la cantidad y los momentos en que se contará con el servicio por el que se sigue pagando. Aunque aparentemente podríamos decidir evitar las calles o sistemas de transporte colectivo, comprar agua, o incluso mudarnos de ciudad, hay pocos lugares del mundo donde el poder de nuestras propias decisiones nos evite la exposición a perturbaciones ambientales, problemas de salud, accidentes o crímenes. Esta decisión, además, no es viable para las mayorías que habitan muchas ciudades del mundo.

Ante todas estas circunstancias, lo que sí puede decidirse son los arreglos entre las personas que habitan ciudades que se perciben y viven como peligrosas por cualquier motivo. Abdou-Maliq Simone (2004) habla de entender estos arreglos, relacionados al funcionamiento de la economía y la circulación de bienes o servicios, como una forma de infraestructura, pues cumplen funciones muy importantes para la supervivencia de la población. Estos arreglos y alianzas pueden ser temporales, pero son significativos. Pueden representar un esfuerzo constante por transformar el futuro como fuente de peligro, en una realidad marcada por el riesgo de tomar decisiones que se mueven entre lo provisional y lo establecido.

Estos arreglos pueden involucrar una serie de relaciones con las personas que tenemos más cerca, como la familia, los amigos, los colegas y los vecinos. Cuando enfrentamos una circunstancia peligrosa, nuestras relaciones interpersonales se pueden convertir en una fuente muy importante de ayuda. Esta necesidad y vulnerabilidad es independiente de qué tan bien nos llevemos con las personas que percibimos como nuestros asociados más cercanos o cercanas. Independientemente de qué tan bien nos llevemos, dichas relaciones se tornan importantes porque no sabemos si puede pasarnos “algo” en el futuro. Y una persona que está (al menos probablemente) cerca de donde transcurre gran parte de nuestra vida cotidiana es el vecino. 

El vecino es una figura que, ante todo, se define por vivir cerca. La definición geográfica de esta cercanía puede variar, aunque siempre encontramos vecinos. Pero el vecino es también una figura ambigua, pues, aunque vive cerca, puede ser conocida o desconocida, amigable u hostil. En teoría, vivir cerca no nos obligaría a llevarnos bien. Los vecinos, no obstante, pueden influenciar la calidad de vida en nuestros hogares, para bien o para mal. A muchas personas no cuesta trabajo recordar algunos momentos en que surge algún conflicto o malestar con el vecino, ya sea porque bloquean la entrada de una casa con su auto o botes de basura, o por los ruidos que vengan de sus casas, por dar un par de ejemplos.

A pesar de los esfuerzos de organizaciones y gobiernos por promover buenas relaciones de vecindad, y exceptuando las infracciones que pueden implicar la intervención de policías, en el mundo occidental no existen normas estrictas o formales que regulen a los vecinos. Por ejemplo, nada obliga a un vecino a extender o siquiera devolver un saludo cordial. Por estas razones, la definición de un “buen vecino” puede variar. No obstante, existen firmes expectativas culturales sobre este rol, que pueden estar influenciadas sobre nuestra idea y experiencia del futuro como fuente de peligro.

Hace algunos meses estaba platicando de esto con dos de mis vecinas. Mientras caminábamos por la colonia, me comentaban que para ellas lo importante era tener una buena relación —una amistad, incluso— para que, si lo llegaban a necesitar, tuviesen alguien cerca para ayudarles. Una de ellas me dijo: “Dios quiera que nunca pase nada, pero, en caso de que nos pase ‘algo’, tener a alguien de confianza cerca es muy útil”. La mujer afirmó que, por ejemplo, si le pasa “algo” en la banqueta o cerca de casa, un vecino puede enterarse y pedir ayuda. La otra vecina me dijo que ella también estaría dispuesta a pedir ayuda por otra persona, sobre todo si la conoce e identifica como una de sus vecinas.

Imagen 2: Ventanas y vecinos.

Al platicar con otras vecinas y vecinos, más o menos durante las mismas fechas, me comentaron que también era importante respetar la privacidad, evitar conflictos o intercambiar favores para mantener buenas relaciones con las personas que viven cerca. En resumen, era importante para todas el mantener la paz y respetar límites. Pero cuanto más hablaba con ellas, más me repetían, constantemente, que este código no escrito aplica cuando “todo es normal”, pero que es muy importante ser solidario y estar dispuesto a ayudar cuando pasa “algo”. Este “algo” es continuamente explicado como un accidente, un asalto, un despido, una enfermedad, un sismo, el hecho de no tener agua. Mis vecinas decían estar dispuestas a ayudarse cuando pasan cosas sobre las que hay poco control, poca seguridad y mucha vulnerabilidad. Me hablaban del futuro como una fuente de peligro: una sensación similar a la que yo sentí aquella noche en que entraron a robar una casa próxima a la mía, pues no puedo decidir mudarme de un día para otro, ni tengo los medios para asegurarme de que no se acerquen los problemas.

Otra de las cosas que me mencionaron las personas que viven cerca de mí, fue que, así como ofrecemos ayuda en el presente, podemos necesitarla en el futuro. Además, este “algo” del que hablaban puede pasarle a cualquiera. Un problema grave afecta por igual a las personas que viven cerca, o podría ocurrirle a cualquiera en una situación similar, sobre todo si se trata de algo característico del futuro como fuente de peligro. No importa qué tanto podamos prepararnos con nuestras propias herramientas y decisiones, pues algo externo a nuestro control puede seguirnos afectando, y no estamos exentos de necesitar ayuda.

Autoras como May, Holmes y Hall (2021) describen que los vecinos no sólo están en un espacio cercano, sino que también se sienten cerca: estas relaciones pueden sentirse como “pegajosas” y es difícil desprenderse. Las autoras describen, además, que esta situación puede ser una molestia; aunque, cuando el futuro es una fuente de peligro, la “pegajosidad” de los vecinos, o de cualquier otra relación interpersonal, puede adquirir un significado distinto. Importa llevarnos bien con las personas que viven cerca no solamente porque queremos mantener la calma dentro de nuestros hogares, sino porque “algo” (un problema de salud, un asalto, un accidente) puede pasarnos. Podemos encontrarnos en una circunstancia que requiera la intervención de alguien que esté cerca de nosotros, quien, además, podría encontrarse en una situación similar a la nuestra. Ante dicha circunstancia, esta “pegajosidad” puede convertirse incluso en una ventaja.

El futuro, esa posibilidad de la cual no sabemos nada sino lo que está en nuestras cabezas, no se enfrenta de forma aislada, sino con otras personas. Aunque ésta podría ser una reflexión trivial, es particularmente importante cuando el paradigma de las relaciones, que parece ser el dominante, es que los buenos vecinos se construyen con buenas rejas. Se trata de un paradigma asociado a mantener la distancia y a separar las relaciones de lo privado, buscando no necesitar de otros y estar dispuestos a ayudar solamente en la medida en que recibamos algo a cambio. Pero algo en las conversaciones y experiencias con mis vecinos y vecinas me sugiere que dicho paradigma no es tan dominante y, además, no es viable o costeable para todos. Mi conversación con estas personas también me sugiere que, en realidad, quienes vivimos cerca estamos, en gran medida, “en las mismas”, más de lo que en ocasiones podemos reconocer. 

Cuando el futuro es una fuente de peligro, lo interesante es que, según la gente con quien vivo cerca, ser un buen vecino no se trata solamente de respetar límites, ser anónimos o mantener una distancia amigable entre nosotros, sino de mantener una buena relación que puede convertirse en una fuente de ayuda. Ser un buen vecino implica recordar que no estamos a salvo, además de aceptar que siempre puede pasarnos algo mañana. Se trata también de reconocer que estamos “en las mismas” con la gente que tenemos viviendo literalmente a nuestro lado, y estar dispuestos a ofrecer (y recibir) ayuda en caso de ser necesario.

Así como puede pasarnos algo, las personas de las que esperamos ayuda pueden también dejar de estar ahí. May, Holmes y Hall (2021) dicen que las relaciones entre vecinos no solamente son “pegajosas”, sino también “elásticas”, refiriéndose a que son mutables, dinámicas e impredecibles. A las vecinas con quienes salí a caminar no las veo frecuentemente. Ellas mismas me comentaron que ser amistosas o estar dispuestas a ayudar no significaba estar todo el tiempo en contacto, ni convertirse en mejores amigas o comadres. Sinceramente, yo no he vuelto a hablar con mi vecino desde el incidente que comencé narrando en este texto. Además, no sé qué opinión tenga él de mí. Hay mucha incertidumbre y ambigüedad, y nada me garantiza que los vecinos serán solidarios o responderán si los necesito, por más que existan expectativas culturales sobre sus roles y su comportamiento futuro. Yo mismo no estoy seguro de que estaré dispuesto o seré capaz de ofrecer dicha ayuda. Pero, por lo pronto, mejor la llevo bien con la gente que vivo cerca. Sé que les llamaría si tengo algún problema. Y es que, cuando pienso en el futuro, me viene a la mente la incesante pregunta: ¿y si me pasa algo?

Referencias

  • Beckert, J., & Suckert, L. (2021). “The future as a social fact. The analysis of perceptions of the future in sociology”. Poetics, 84, 101499. https://doi.org/10.1016/j.poetic.2020.101499
  • Luhmann, N. (1992). Sociología del riesgo. México: Universidad Iberoamericana
  • May, V., Holmes, H., & Hall, S. M. (2021). “Neighbours, neighbouring and acquaintanceship: in dialogue with David Morgan”. Families, Relationships and Societies, 11(2). https://doi.org/10.1332/204674321×16318862227348 
  • Morgan, D. (2009). Acquaintances: the Space Between Intimates and Strangers. Open University Press.
  • Simone, A. (2004). “People as Infrastructure: Intersecting Fragments in Johannesburg”. Public Culture, 16(3), 407-429. https://muse.jhu.edu/article/173743

  1. Sociólogo y urbanista. ↩︎

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