El patrimonio despierta muchas inquietudes, desde el concepto mismo hasta la forma como nos relacionamos con él. Es usual que, ante la idea de que el tiempo corre, las sociedades quieran tener un elemento que evoque su pasado: no sólo el garbo con que a cualquiera le gusta ser recordado, sino las desavenencias y —aunque resulten dolorosas— algunas otras infamias que nos ocurren como colectivo. La arquitectura, en ese sentido, es un medio para no olvidar: un diálogo que se entabla con el tiempo.
Por: Jorge Ramos Ruíz 1
Algunas ciudades tienden a quedarse suspendidas en el tiempo. Parecen resistirse al paso de los años, guardando sus recuerdos en cada piedra, en cada detalle. Pero ¿existe realmente el tiempo en la arquitectura? ¿O es simplemente un reflejo de la tecnología y el conocimiento del momento en que se construye?
La arquitectura, más allá de su función como espacio, se convierte en un documento visual y tangible de las inquietudes, los logros y las realidades de las sociedades que la crean. Los espacios arquitectónicos están íntimamente ligados a la historia, el arte, la política y la religión de cada país y, por ende, del mundo. Cada edificio es testigo de la época en que se realizó o se modificó con ideas que dominaban ese momento. Desde las imponentes cúpulas barrocas hasta los rascacielos vanguardistas del siglo XXI, los materiales y las formas arquitectónicas revelan el pensamiento humano a lo largo del tiempo. Y, en este sentido, la elección de los materiales no es un detalle menor: es fundamental para que nuestros edificios perduren.
Los materiales y su ensamble guardan la memoria de generaciones pasadas y aseguran, de ese modo, que las generaciones futuras puedan seguir con el legado. Imagina, por un momento, entrar en el Palacio de Bellas Artes, en el Museo Nacional o el Palacio Nacional en Ciudad de México. Al cruzar sus puertas, no sólo accedemos a un espacio físico; también somos transportados a otra época. Las paredes de los monumentos hablan, no únicamente a través de su arquitectura, sino también en la huella de quienes habitaron estos espacios. Podemos imaginar las personas que una vez caminaron por esos pasillos, sus formas de vestir, de actuar, de convivir. En esos momentos, la arquitectura se convierte en un viaje en el tiempo que nos permite reconstruir en nuestra imaginación una época, un contexto: reinterpretamos la realidad como si estuviéramos en ella.
La capacidad de la arquitectura para conectar el presente con el pasado, y configurar nuestra mirada al futuro, subraya la importancia de preservar el patrimonio. Las generaciones actuales tenemos la responsabilidad de cuidar los edificios que han sido testigos y parte de nuestra historia. Así, quienes nos sucedan, podrán entenderlos, valorarlos y, lo más importante, continuar este ciclo de conservación. Si no los preservamos, no sólo estamos perdiendo una parte fundamental de nuestra identidad, también las lecciones y el conocimiento que estos espacios transmiten. Cuidar el patrimonio arquitectónico y mantenerlo “vivo” es un acto de responsabilidad, de respeto por nuestra historia y por la memoria colectiva. Se trata de reconocer en la arquitectura, más allá de su apariencia, una forma de habla, de lenguaje, de discurso social.
- Arquitecto y restaurador [ @jorgeramos.ru y @caudillo_arquitectos ]. ↩︎
Nota: la fotografía de la portada fue obtenida del sitio web de Pexels. Los créditos autorales corresponden a Arturo Foronda [@Arturotobdan].