No importa si Dios creó al humano o éste imaginó a aquél, la idea del tiempo justifica su dislocación irrenunciable. Quizá por eso la teogonía de Lord Dunsany encuentra tan fecunda a la ensoñación. Mentor de la fantasía moderna, el autor irlandés explora la relación entre los dioses, los humanos y el tiempo.
Por: Julio María Fernández Meza 1
Desconozco quiénes han usado de epígrafe el versículo memorable de Génesis 1:27, que acaso tantas personas podrían recitar, por lo menos la primera línea, y sin necesidad de que hayan leído el primer libro de la Escritura: “Y creó Dios al hombre a su imagen. A imagen de Dios lo creó. Macho y hembra los creó”.2 Yo más bien pienso que nosotros, y no al revés, creamos y moldeamos a la divinidad (con minúscula y mayúscula) a nuestra imagen y semejanza. Asociar o concebir a los dioses como seres antropomorfos es habitual en varios mitos de creación y teogonías. Más allá de los múltiples brazos o piernas o los ojos o cabellos en llamas o las figuras y cabezas animalescas, lo que me parece que une a los dioses egipcios, hinduistas, olmecas, taoístas, mayas, sintoístas, aztecas y de tantas otras tradiciones, incluyendo al dios cristiano, es su parentesco con el cuerpo humano. Desde luego hay otras visiones de la divinidad. Los musulmanes y judíos creen que no puede representarse por medio de nuestros símbolos, sino que hay aproximaciones. O bien está el panteísmo, en que se considera que la divinidad es la totalidad del universo y que cada átomo de las cosas, los seres, los cuerpos celestes y el resto del firmamento posee una porción de esa divinidad.
Señalar que los dioses no tienen una sola forma equivale a decir que se caracterizan por la heterogeneidad. A pesar de que no sé quién ha utilizado el versículo referido como epígrafe (por no añadir que la interpretación de este fragmento seguramente ha motivado un sinfín de debates acalorados que mi torpeza y desidia impiden que me adentre en la cuestión), creo que Edward Plunkett, el dieciochavo barón de Dunsany, mejor conocido como Lord Dunsany (1878-1957), de algún modo lo alude en The Gods of Pegāna (1905), su primer libro. Quienquiera que haya leído algún capítulo o libro de The King James Version y las obras tempranas de Dunsany bien podría estar de acuerdo en que la influencia bíblica es manifiesta en este autor de origen irlandés. Su prosa de este período es intrínsecamente poética y destaca por la sonoridad y las imágenes, además de que abunda en conjunciones copulativas y arcaísmos, por ejemplo, su tendencia de abrir oraciones, pasajes o párrafos con la idiosincrática “y” de la Biblia, de usar los pronombres “thee” and “thou” en vez de los de uso común o de conjugar los verbos con la desinencia “-eth”. Todos estos rasgos, presentes en la Escritura y de los que él se apropió, son inherentes de su estilo. Le Guin lo llama “el más imitado, y el más inimitable, de los escritores de fantasía”.3 Aun cuando coincide en que la Biblia es una de sus fuentes primordiales, piensa que a la vez debe de serlo el habla cotidiana irlandesa. No sé si podría hacer afirmación, pues mi oído todavía no está entrenado en eso, pero concuerdo en cuán melódica y canora es su pluma: impensable separar la prosa y la poesía en Dunsany.
En The Gods of Pegāna, él crea una cosmogonía y una teogonía. Si bien esta técnica ya se había intentado en las letras inglesas (Blake inventó mucho antes una mitología personal en sus libros proféticos), Dunsany la renueva. Reutilizaría su panteón o hablaría de otros dioses en numerosas obras de juventud como Time and the Gods (1906), The Sword of Welleran and Other Stories (1908), A Dreamer’s Tales (1910) y Tales of Three Hemispheres (1919).
El panteón de Pegāna se conforma de MĀNA-YOOD-SUSHĀĪ (Dunsany lo escribe en mayúsculas), el demiurgo, Skarl el tamborilero y los dioses menores como Kib, el dador de vida y dios de los hombres y los animales, Sish, dios del tiempo, Mung, señor de la muerte, Slid, señor del agua, Limpang-Tung, dios de la alegría y los juglares, entre muchos otros. Además, hay una especie de lares y manes a los cuales se les rinde culto. Al principio, el Destino y el Azar estaban por jugar. El triunfador le indicó a MĀNA-YOOD-SUSHĀĪ que creara a las demás deidades, que así lo hizo y que luego se quedó dormido, aunque no se sabe en realidad quién ganó. Skarl debe tocar su tambor por la eternidad para mantener arrullado a MĀNA-YOOD-SUSHĀĪ, porque si se despertara, el silencio reinará en Pegāna y todo desaparecerá. Todos estos nombres que parece que Dunsany se sacó de la manga, tienen su razón de ser. El “maná” resuena en MĀNA-YOOD-SUSHĀĪ, es decir, recuerda el manjar en forma de escarcha enviado a los israelitas por el dios judeocristiano. “Skál”, en nórdico, quiere decir “tazón” y quizá por eso el autor lo asocia a un tambor. “Mung” remite a la inmundicia y la putrefacción que suceden tras la muerte. Se percibe el sentido fonético en “Sish” y “slid”, casi como si resonaran cuando las leemos, pues la primera palabra evoca el movimiento de las manecillas del reloj; la segunda, el fluir del agua.
Si la influencia de la Escritura se evidencia en el estilo, lo hace por igual en el contenido. Las narraciones de The Gods of Pegāna son breves (el libro no supera las cien páginas de extensión) y se asemejan a las fábulas, parábolas, apólogos y salmos de la Biblia, con la salvedad de que Dunsany no las cierra con moralejas o epifanías, señal de la modernidad palpable de una obra que nada tiene de sapiencial, aunque sí de profética según lo que se relata. Podría decirse que los profetas son los personajes secundarios, puesto que figuran con frecuencia y sus acciones se propagan en más de un texto. Uno de ellos, Imbaum, se comunica con las deidades y le indica a la gente que ellas desean que vayan a Pegāna después de morir con tal de que convivan los unos con los otros y que haya placer sin igual. Y así prosigue: “And if thou sighest for any memory of Earth because thou hearest unforgotten voices, then will the gods send messengers on wings to soothe thee in Pegāna, saying to them: «There one sigheth who hath remembered Earth»”.4
A diferencia de autores como Lovecraft, que no se contiene al detallar los tentáculos y apéndices de Cthulhu o que no se inhibe de dejar en claro que todo aquel que presencie a las entidades de su panteón perderá el juicio, Dunsany es sutil. A lo mucho muestra cómo sus deidades ejercen poder e influencia en los humanos. Poco se sabe de MĀNA-YOOD-SUSHĀĪ más allá de su omnipotencia y su letargo sempiterno, o de que Skarl apacigua al Hacedor al son de su instrumento, o de que Mung arrebata la vida.
Dunsany imprime un sentido alegórico a sus ficciones de la divinidad. El Tiempo, ora como personaje, ora como abstracción, aparece en muchas. En las historias de Pegāna, además de que hay un señor del tiempo, se presenta como una fiera agazapada que está a punto de saltar para desgarrar las gargantas de los dioses, lo que hará que el retumbar de Skarl se apague. En “In the Land of Time”, un cuento posterior, el rey Karnith Zo quiere acabar a toda costa con el Tiempo. Les pregunta a sus consejeros por qué está derruido uno de los templos. Le contestan que el Tiempo es el responsable y, por consiguiente, los dioses fueron olvidados. Entonces Karnith Zo emprende una campaña en contra del Tiempo para salvar el mundo y los dioses. En el camino él y sus huestes se encuentran a tanta gente arrugada y maltrecha que dice haberlo visto, que se queja de paso inexorable. Ello prefigura maravillosamente el desenlace. El rey y sus hombres llegan a una tierra cuyos habitantes se sorprenden de que sean tan jóvenes. En cuanto revelan a qué han venido, los otros les dicen, desganados, que nunca conquistarán al Tiempo. Aun así el rey dirige la carga. Tan pronto sus hombres se acercan al castillo donde vive el Tiempo, éste hace que envejezcan, como si les arrojara años de más encima, pero siguen marchando y el Tiempo los avejenta de nuevo. Al rey y sus súbditos les pesa respirar, sus barbas se encanecen, les tiemblan las rodillas y, no obstante, siguen marchando. Pero los muros del castillo son demasiado altos para que los escalen los viejos que ahora son. Karnith Zo y sus hombres desisten. A duras penas logran volver a casa. Por un momento se sienten felices de encontrar a sus esposas y hermanas; sin embargo, ellas han envejecido y ya no los recuerdan. El Tiempo estuvo ahí y ha asediado un lugar tras otro a medida que pasaron años. Así, los enemigos los invaden. Sin dificultad vencen el ejército de ancianos. Luego de proclamarse como reyes oirían las leyendas de cómo hubo un rey que guerreó contra el Tiempo.
La idea del tiempo como destructor de la divinidad se observa en la trilogía de relatos “Idle Days on the Yann”, “A Shop in Go-by Street” y “The Avenger of Perdóndaris”. En el primer texto reluce el trasfondo viajero, pues se desarrolla el periplo del narrador (una carátula de Dunsany que, como él, es irlandés y le apasiona el arte) y unos marineros a lo largo del Yann, alrededor del cual moran tribus y bestias inusuales y en cuyas orillas se alzan majestuosos palacios.5 De las muchas menciones de los dioses dos tienen que ver con el tiempo. La gente de Mandaroon duerme sin cesar para que no se mueran los dioses, porque si lo hacen los hombres dejarán de soñar. Los cuida un guardia de barbas blancas, armado de una pica oxidada, que no permite que el narrador esté de curioso para que no los despierten. La gente de Astahahn está orgullosa de haber hecho prisionero al tiempo, porque erigió monumentos de lo que desapareció de la Tierra como dragones, grifos, hipogrifos o gárgolas, y venera a todos aquellos dioses que el tiempo no ha aniquilado.
En la tienda abarrotada de ídolos de “A Shop in Go-by Street”, por donde el protagonista se coló a la Tierra de los Sueños y donde acontece la trilogía, el vendedor y él conversan sobre el Tiempo y la divinidad. Por longevas que sean las deidades y pese a que se las rinda culto por milenios, a la postre son olvidadas y, por si fuera poco, el Tiempo acaba con ellas. El Tiempo, en cambio, es el único que permanece en vigilia perpetua. Las últimas deidades, sentencia el vendedor, morirán al lado del lecho del último ser humano. Entonces el Tiempo no distinguirá unos de otros, ni las horas de los siglos y los mundos se tambalearán.
Aunque se vuelve a la voracidad del tiempo en “The Avenger of of Perdóndaris”, parte de cuya trama gira alrededor del cazador que acabó con la bestia que desoló Perdóndaris como se relata en “Idle Days on the Yann”, los juegos de Dunsany se intensifican y ya no se relacionan nada más con los dioses. Una bruja y su gato parlanchín se burlan del narrador, porque no entiende las leyes de la Tierra de los Sueños. En una escena que evoca a todas luces el versículo renombrado de Mateo,6 la bruja azota a unos poetas, a los que ve como sus mascotas, con tal de que desentierren las perlas del suelo y así pueda dar de comer a sus cerdos. Se insinúa que la poesía (y, por extensión, la literatura) es pura frivolidad, puesto que las criaturas de la imaginación se alimentan ni más ni menos que de imaginación. Al cabo, el narrador está cansado de la Tierra de los Sueños y quiere irse a casa. Aquí Dunsany hace uso de un recurso que retoma en The King of Elfland’s Daughter (1924), su obra de fantasía por excelencia: el tiempo del mundo imaginario no se corresponde con el tiempo de la realidad. El protagonista se encuentra la estatua de un león de la Plaza de Trafalgar, que está en Londres, pero luce tan vetusta que da la impresión de que se proyectó siglos hacia el futuro. Después da con un sujeto cubierto de pieles que le ofrece algo en Cockney, el dialecto de la clase trabajadora londinense. Lo que pertenece a su realidad, pues, se superpone con lo que no pertenece a ella y por eso se pregunta cuánto años tendrá. Luego de volver a la calle Go-by y de que la bruja y el gato se mofen otra vez, entra en la tienda y regresa a Londres por la misma puerta por la que llegó. A juzgar por la fecha del periódico, parece ser que se ausentó un día, pero no sabe cuánto estuvo en aquel mundo.
No en vano Borges considera a Dunsany un precursor de Kafka debido a su manejo del tiempo y, como él diría, por las «atrocidades» de las que habla. Prefiero esta interpretación al lugar común de vincular a Dunsany con Tolkien o Lovecraft. Es indudable que los influyó si se considera que buena parte de su obra es de fantasía o weird. Para mí, estas afirmaciones se han hecho tanto que dudo que se diga algo nuevo con repetirlas. A veces rayan en la vulgaridad de que se usan por criterios comerciales.7 Más que nada revelan la falta de un interés genuino por Dunsany. En mi caso, tan sólo puedo decir que lo leo con devoción. No descreo ser uno de sus creyentes. Me consuela imaginar las formas de sus dioses. Si sus páginas algo revelan es la correlación de los hombres, los dioses y el tiempo, y que es preciso soñar.
Referencias
Borges, Jorge Luis, “Kafka y sus precursores”, Otras inquisiciones, en Obras completas (1923-1972), ed. Carlos V. Frías y Jorge Luis Borges, Emecé, Buenos Aires, 1974, pp. 710-712.
La Biblia Latinoamericana, Editorial Verbo Divino, s.l., 2005.
Le Guin, Ursula K., “From Elfland to Poughkeepsie”, The Language of Night: Essays on Fantasy and Science Fiction, Women’s Press, Londres, 1989, pp. 70-82.
Lord Dunsany, In the Land of Time and Other Fantasy Tales, ed., intr. y notas de S.T. Joshi, Penguin Books, 2004.
The Holy Bible. King James Version, Barnes & Noble, Nueva York, 2012.
- Escritor y crítico literario. Dr. en Literatura Hispánica. ↩︎
- Tal es la traducción del versículo en La Biblia Latinoamericana. Cito también The King James Version para entrar en materia: “So God created man in his own image, in the image of God created he him; male and female created he them.” Ojalá que la indicación de que muchos podrían recitar el versículo haya suscitado suspicacia. Levanto las cejas, frunzo el ceño o, cuando menos, desconfío de aquellos que afirman a rajatabla que la Biblia es el texto más influyente e importante de la historia humana, como si nada la superara, como si ninguna otra de nuestras obras sobrepasara su misterio y magia. ↩︎
- “From Elfland to Poughkeepsie”, The Language of Night: Essays on Fantasy and Science Fiction, Women’s Press, Londres, 1989, p. 75. ↩︎
- “Pegāna”, In the Land of Time and Other Fantasy Tales, ed., intr. y notas de S.T. Joshi, Penguin Books, 2004, p. 40. No cuento con traducciones al español de las obras de Dunsany, por lo que traduzco la cita por mi cuenta: “Y si suspiráis por algún recuerdo del mundo porque escucháis voces que no podéis olvidar, entonces los dioses enviarán mensajeros alados para tranquilizaros en Pegāna, diciéndoles: «Allí suspira aquel que ha recordado la Tierra».” ↩︎
- Según Joshi (Lord Dunsany, In the Land of Time and Other Fantasy Tales, ed. cit., p. 393), Dunsany concibió “Idle Days on the Yann” en 1908 como anticipación de un viaje a lo largo del Nilo que su esposa y él emprendieron para aliviar una enfermedad que ella había contraído. Los otros dos relatos los escribió cuatro años más tarde. ↩︎
- “No den lo que es santo a los perros, ni echen sus perlas a los cerdos, pues podrían pisotearlas y después se volverían contra ustedes para destrozarlos” (Mateo 7: 6); “Give not that which is holy unto the dogs, neither cast ye your pearls before swine, lest they trample them under their feet, and turn again and rend you” (Matthew: 7: 6). ↩︎
- Los libros bellos de la colección “The Professor’s Bookshelf” ostentan la leyenda “A Book That Inspired Tolken” (“Un libro que inspiró a Tolkien”) en la portada y otras partes. Como se explica en el liminar, la colección se concibió por esta razón. Muchos de ellos contienen las ilustraciones originales, por ejemplo, en los dos libros de Dunsany incluidos en la colección se reproducen las ilustraciones icónicas de Sidney Sime (1865-1941). Entre otras obras reunidas hay clásicos de la literatura europea (nórdica e inglesa) como El cantar de los Nibelungos, la Edda poética y libros de Morris, Lang o Eddison. ↩︎