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Erotismo, espiritualidad y poder

Por: Alberto (beto) Canseco

El sexo significa algo más que un instrumento raso o un procedimiento de mecanismos estrictos; también puede hallarse en él emancipación, libertad y redención. En un mundo cuyas transformaciones acusan caminos hacia la autodestrucción, la experiencia erótica puede ser una de sus respuestas. Muchas son sus potencias: el cuestionamiento, la prédica de soberanía, la revolución, pero, sobre todo, la diversión.

Por: Alberto (beto) Canseco 1

¿Estamos viviendo algún tipo de fin del mundo? Es una sensación compartida por varias. Experimentamos los efectos de un cambio climático que parece no tener vuelta atrás; nos acostumbramos a las guerras; asistimos al genocidio del pueblo palestino en vivo y en directo; notamos cómo se empobrecen poblaciones enteras mientras grupos concentrados se enriquecen más y más; sufrimos los avances de la extrema derecha, sus discursos de odio y las consecuencias para mujeres, personas LGBTQIAP+, negras, marrones, islámicas, con discapacidad, viejas, migrantes, etcétera. Algo no anda bien.

Frente a esto, surge una pregunta que me he colocado como tarea discutir con diferentes personas: ¿qué te sostiene en los momentos de peligro, de crisis, en tiempos de crueldad?

Las respuestas son diversas: “la responsabilidad que tengo con mis seres amados”, “el sentido de las cosas que hago”, “algún tipo de divinidad o de fuerzas espirituales”, “la convicción de que la vida continúa”, “mi gente”. Al ser una pregunta abierta, aparecen también otro tipo de respuestas que no tienen que ver tanto con las fuentes de poder, sino con estrategias que permiten acceder a esas fuentes: “la escritura”, “juntarme con amistades”, “consultar personas viejas y sabias”, “refugiarme en ficciones”. Con certeza, otras respuestas aparecerán.

Con esta sensación de fin de mundo, y con esta pregunta en mente —la cual creo que me sirve para pensar algún tipo de espiritualidad—, quiero recordar aquí dos textos. No son escritos nuevos: uno es de fines de los setenta/ochenta, el otro de los noventa. Propongo leerlos en conjunto, pues ambos son de personas comprometidas con la transformación social a través de la tarea intelectual, ambos parten de convicciones feministas —que comparto— y ambos proponen lo erótico como una fuente de poder y saber que podría servir como respuesta a la pregunta que hago sobre aquello que me sostiene en el contexto presente de devastación.

El primer texto se trata de un escrito breve. Originalmente publicado en 1984, Usos de lo erótico: lo erótico como poder2 fue leído por primera vez por Audre Lorde, poeta y feminista negra, durante la cuarta Conferencia de historia de las mujeres de Berkshire en 1978. Para Keguro Macharia,3 escritor queer keniano, este dato no es trivial. Según el teórico, es importante entender este texto en el marco de una disputa de historiadoras que están buscando reivindicar su tarea, tanto para fomentar su contratación en departamentos y comisiones, como para discutir el modo en que se hace historia. El erotismo aparece, entonces, relacionado a términos como “recurso”, “fuente”, “información”, “conocimiento”. Así, la experiencia erótica es un lugar a donde ir a buscar saber, a donde recurrir para encontrarlo.

Debo decir que no coincido en todo lo que dice el texto. No concuerdo con su definición de pornografía, por ejemplo, tan central para el argumento del texto. Es una definición circular, donde lo malo es pornográfico y lo pornográfico es malo: un uso del sexo que es apenas sensorial, sin sentimientos, una sensación confusa, trivial, psicótica, artificial, que no atiende a sus aspectos más profundos, como sí lo hace el erotismo, su opuesto. En razón de una confusión entre la una y el otro, se disociaría, para Lorde, lo espiritual (lo psíquico y emocional) de lo político, teniendo ambos aspectos como contradictorios o antitéticos. Dicha definición, tristemente, descarta cualquier complejidad moral a todo un aspecto de la realidad que, de otro modo, podría ser mejor discutido. En efecto, otras autoras han buscado nociones alternativas de pornografía que posibiliten discutir al mismo tiempo la representación explícita de lo sexual, la trayectoria histórica de dicha representación y las dimensiones sociológicas de una industria: la producción, la distribución y el consumo de tales imágenes. La discusión sobre la pornografía no es menor, pues se trata de uno de los temas más polémicos del feminismo estadounidense en la época. Sea como fuere, quiero conjurar este momento central del texto, con el que no concuerdo, para concentrarme en la potencia de una propuesta que rescata al erotismo como fuente de poder: potencia que no considero que se pierda ante esta divergencia.

Imagen 1: El poder de la experiencia erótica.

Fuente de poder y de saber, lo erótico sería, en palabras de la autora, “un recurso que reside en el interior de todas nosotras, asentado en un plano profundamente femenino y espiritual, y firmemente enraizado en el poder de nuestros sentimientos inexpresados y aún por reconocer”.4 Dicho recurso, entonces, se encontraría en un plano medio, en un espacio entre la conciencia del propio ser y el caos de los sentimientos más fuertes. Algo que refiere a la interioridad, pero que también está en la superficie.

El poder que ofrece la experiencia erótica es algo que, una vez vivido, siempre aspiramos a recuperar. De tal suerte, el erotismo se torna en un recordatorio permanente para el cuerpo de la posibilidad de bienestar. Para Lorde, aunque el erotismo no se agote en la experiencia sexual, también la abarca. Éste atraviesa diferentes dimensiones y aspectos de la vida humana, y las riega de intensidad y de poder.

Más decididamente hablando de la experiencia sexual —pero no solamente—, el segundo texto que quiero recordar aquí trae otras pistas para pensar la experiencia erótica como fuente de poder y lo vuelve a unir con algún tipo de reflexión espiritual. En 1996, bell hooks, escritora feminista negra, mantiene una conversación con el teórico de los estudios culturales jamaiquino, que vivía desde hace mucho tiempo en Reino Unido, Stuart Hall. Durante una de las sesiones de la charla, que luego será publicada como Funk sin límites. Un diálogo reflexivo,5 hooks y Hall discurren sobre el placer y la muerte.

A propósito del placer, hooks y Hall muestran preocupación ante la idea de una intelectualidad negra cuya figura está marcada por la seriedad y por la incapacidad de tener placer, de jugar o de divertirse. Esta marcación no tiene que ver con la propia inexistencia de juego y diversión en la vida de tales intelectuales, sino por una academia que prioriza y valoriza apenas un aspecto de ella y permite que se articule en el discurso público. En efecto, comenta Hall, escribir de una forma intelectual demandó para él excluir de su prosa cosas que forman parte de su vida, como el hecho de encontrar placer en el pensamiento y en el diálogo. Es en él que aparece, por momentos de manera inevitable, lo vernáculo como una forma divertida, irónica, exagerada y exuberante de presentar al pensamiento. A menudo, el escritor lamenta que el sentido del humor se pierda en la escritura.

La diversión, de hecho, puede ser un buen antídoto a la valorización de un nacionalismo duro, fijo, rígido, y de un paradigma burgués de clase media que amenaza la radicalidad de un movimiento progresista y de la lucha por la causa de liberación negra —que es la cuestión que están discutiendo—. La diversión perturba, altera, transforma. Pero, claro: esa transformación parte de colocarse y colocar la propia autoimagen en riesgo, asumir la aventura, los peligros que aparecen cuando eso sucede.

Esto ocurre en una buena conversación, la cual, para hooks, se trata también de una experiencia erótica. No apenas por su dimensión sexual —que la autora acepta que existe—, sino porque en ella siempre hay algo de provocación, de coqueteo y rechazo, de ida y vuelta, de seducción. Una buena charla tendrá todos esos momentos, esos movimientos inacabados, operando a través de progresiones.

Sea mediante la buena charla o la experiencia explícitamente sexual, para hooks y Hall, la diversión, el humor y lo vernáculo son fundamentales para cualquier visión progresista. Sin la capacidad de jugar, los colectivos comprometidos con la transformación social pierden su vigor y, de manera más preocupante, su consciencia de la contingencia y de la necesidad persistente de movimiento y de cambio. Frente a posiciones que insisten en la fijeza y la rigidez —la familia patriarcal, por ejemplo—, estos movimientos debieran oponer una visión que insista en un movimiento vivo. De hecho, es la diversión la que nos lo devuelve permanentemente. 

Imagen 2: El poder de la experiencia erótica.

La cuestión que coloca el placer y la sexualidad, para hooks, es que desafía el ordenamiento del campo de disputa social cuando éste se reduce a categorías opuestas de opresore-oprimide. De ahí que se haya tornado tabú dentro de los feminismos y de los movimientos radicales. El placer y el juego perturban las jerarquías de poder convencionales y obturan la figura corriente dentro del debate político de un “nosotros vs. ellos”, la imagen de una barricada que se impone mutuamente, donde unimos filas, definimos quién es el opresor, dónde está, e imaginamos una alianza completamente separada de él, un nosotres que lo expulsa de sí. El juego nos devuelve la ambigüedad, el movimiento, la transformación permanente, el ida y vuelta…y la ida otra vez. Así, el juego se torna en un antídoto contra el esencialismo.

Curiosamente, como en una especie de asociación libre, en este momento de la conversación, hooks y Hall comienzan a discutir sobre la muerte. hooks trae a colación el fallecimiento reciente de Toni Cade Bambara, teórica y activista afroamericana, quien, para la autora, es una inspiración por estar a la vanguardia de un cierto tipo de pensamiento sobre deseo y vida, y por estar comprometida en que su existencia refleje eso que escribe o piensa. Su muerte, entonces, convoca a hooks a pensar el discurso público sobre la muerte en el contexto de la pandemia del SIDA y llama la atención sobre un viejo ejercicio espiritual —que no es nombrado como tal, pero que tiene que ver con él—: la anticipación de la muerte o el arte de morir. Si la muerte, esa visitante inevitable, inesperada y radical, te encontrase ahora, ¿en qué situación lo haría?

Para Hall, se trata de un ejercicio importante, pues nos coloca en un acuerdo con el desorden y las fallas de la vida que hemos podido vivir hasta el momento. En definitiva, implica aceptar la idea de que habrá cuestiones que podremos resolver en vida y otras que no tendremos tiempo, o incluso que será tarde de hacerlo, pues somos incapaces de recrear circunstancias.

En este punto, hooks recuerda cuando estuvo enferma, con un posible cáncer maligno, y trae a la conversación su sensación de falta en su trayectoria vital de una especie de pasión que no había tenido aún: cierto involucramiento con otro ser humano que quería vivir antes de partir. Esa sensación la llevó a aventurarse a esa experiencia, la cual —declara— la hizo decirse a sí misma que ahora sí estaba preparada para morir. Y no porque esa pasión no haya sido confusa y llena de problemas, o porque fuese una pasión de cuento de hadas en que las personas viven felices para siempre, sino porque era algo que la hacía sentir que había completado alguna cosa. Otra vez, entonces, la experiencia del placer, de la sexualidad, devuelve una complejidad, una ambigüedad, una sensación que, aunque confusa y perturbadora, es mejor haber vivido que no haberlo hecho.

Esta experiencia de ambigüedad es poderosa. La cuestión está en que desafía algunos significados de libertad y justicia que son colocados por los movimientos radicales en términos de una igualdad que es difícil de conciliar con la arena del deseo, donde la desigualdad persiste, por lo menos en términos de quién desea, quién busca y quién espera ser buscada: la rotación entre el lugar de persona amante y amada. Siendo difíciles de conciliar, entonces, temen Hall y hooks que la sexualidad haya sido dejada de lado. Cuando se tuvo que optar por una visión organizada y fija de la libertad frente a los sentimientos ambiguos y perturbadores de la sexualidad, se escogió la primera.

La conversación continúa.

Traigo estos textos por razones diversas. Ambos ligan el ámbito del placer en su complejidad con la esfera espiritual; rescatan la importancia de recurrir a la experiencia erótica por las enseñanzas que nos trae y la vinculan, de manera inextricable, con la lucha política. No se trata, en ese sentido, de algo menor o trivial, de algo que habrá que atender después —que, a propósito, es un “después” que nunca llega—. La búsqueda de una buena experiencia erótica se torna fundamental. Ésta (recordatorio del bienestar para el cuerpo, al mismo tiempo que antídoto contra la quietud y el esencialismo) es una fuente de poder: a ella deberemos recurrir en momentos de crisis y peligro. También en este fin del mundo.

No es banal entonces decir —y con esto termino el texto, casi como si fuera un mantra—: ¡a coger, que se acaba el mundo!


  1. Marica feminista, docente de filosofía. ↩︎
  2. Lorde, Audre. La hermana, la extranjera. Artículos y conferencias. Madrid: horas y horas, 2003. ↩︎
  3. Macharia, Keguro. Frottage. Frictions of Intimacy across the Black Diaspora. New York: New York University Press, 2019. ↩︎
  4. Ibid, p. 37. ↩︎
  5. hooks, bell y Hall, Stuart. Funk sin límites. Un diálogo reflexivo. Barcelona: Ediciones Bellaterra, 2020. ↩︎

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