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La fisiología de la cisheterosexualidad y el problema de la naturaleza sexual en tiempos aciagos

Por: Ana Mines Cuenya

Algunas vertientes de la medicina moderna y la sexología promueven la naturalización de la sexualidad. Al cabo de un tiempo, sus diagnósticos —que a menudo califican a determinadas experiencias como “patologías”, “enfermedades” o “disfunciones”— se cristalizan en mandatos sociales rígidos y severos que llegan a dictar, incluso, cómo habitar el propio cuerpo. Entretanto, la coyuntura política de la ultraderecha ha encontrado un aliado perfecto.

Por: Ana Mines Cuenya 1

El Escribiendo desde un lugar

En lo que sigue voy a hablar de sexualidad y de sexología médica, asumiendo de antemano que ni la sexualidad, ni la sexología, ni los cuerpos, ni los sexos conforman realidades abstractas, regulares, que pueden ser conocidas sin ser descritas, o sea, sin atender a cómo son (o a cómo van siendo) en el marco de las relaciones específicas en que tienen lugar. Los saberes académicos y disciplinarios generalmente se construyen a partir de algunos supuestos respecto de realidades que no se revisan. En el caso de la medicina —en otro espacio podríamos discutir los de la sociología—, uno de los más fundamentales es la asunción de un cuerpo individual, abstracto y universal (blanco y masculino) organizado en sistemas como el urinario, ginecológico, reproductivo y/o sexual, cuyo funcionamiento normal puede ser descrito, medido y regulado.

Cuando se analiza aquello que médicos y médicas hacen en los consultorios, este supuesto tan esquemático hace aguas. Hasta en la atención de las demandas simples es posible ver que los cuerpos y las personas no son cosas separadas, que ambos viven en determinadas condiciones y que cuentan con determinadas redes que no sólo dan forma a la dolencia o malestar por el que consultan, sino también a sus posibilidades de tratarlas. Sin embargo, aunque en tensión, el modelo abstracto señalado opera, y sus efectos —normativos, por cierto— están lejos de ser inocuos.

Aprovechándome de las metáforas médicas, quisiera decir que este texto está vascularizado —irrigado, nutrido— por algo que defino como una actitud anti-universalista y confesamente desconfiada de las definiciones que se arrogan, muchas veces con asombrosa simpleza y levedad, el poder de decir lo que las cosas son. Intento que esa actitud acompañe tanto mis reflexiones sobre la medicina como las formas en que hacemos ciencias sociales, así como cualquier tipo de participación política.

Lejos de ser solitaria, esta actitud resuena con corrientes de pensamiento variadas, entre las que destaco a los estudios feministas de la ciencia y a los estudios en ciencia y tecnología. Estas corrientes tienen en común el ahínco por describir y analizar los entramados semiótico-materiales en que los fenómenos suceden y se sostienen, asumiendo el carácter contingente y diverso de lo existente.

Sostengo que esta actitud, proclive a mostrar la pluralidad, diversidad y naturaleza situada de los procesos, guarda un valor sensiblemente relevante en los tiempos que corren, marcados por la emergencia de movimientos de ultraderecha. Una de las cosas que caracteriza a esta corriente es la vociferación de verdades taxativas, especialmente en lo que refiere a la sexualidad, el llamado “sexo biológico” y la familia cisheterosexual. Esto —propongo— nos enfrenta a la necesidad de seguir promoviendo reflexiones sobre las maneras en que se cuece la idea de una naturaleza sexual cis, heterosexual y normal. 

Imagen 1: Investigación en la medicina moderna.

El objetivo de estas líneas, entonces, es reflexionar sobre las maneras en que la sexología médica describe y aborda la fisiología de la sexualidad y, al mismo tiempo, pensar en los efectos de estas definiciones en tiempos en que las ultraderechas y sus verdades empujan por establecerse como autoridad moral, epistemológica y ontológica. Con esta consideración no estoy diciendo que la sexología médica sea aliada o cómplice de los movimientos de ultraderecha. Lo que estoy intentando hacer es alertar sobre los peligros asociados a la construcción de naturalezas monolíticas y ahistóricas, así como reflexionar sobre sus efectos en nuestro presente.

Como veremos, la sexología médica define y modela una fisiología de la sexualidad a partir de la idea de coito vaginal cis heterosexual como naturaleza y objetivo. Para esto se vale de una serie de “artilugios ontoepistemológicos” (Mines Cuenya, 2022), tales como “respuesta sexual”, “función sexual” y “disfunción sexual”, conceptos que impregnan y dan forma a la materialidad de los procesos que describen. Este texto le da vueltas a la pregunta sobre las maneras en que se conforman aquellas verdades persistentes respecto de la sexualidad, sus vínculos con las formas de entender el sexo, los cuerpos y lo reproductivo, y las maneras en que campos de conocimiento distintos, especialmente el médico sexológico, lo modelan como “naturaleza”.

La sexología médica y el problema de la naturaleza sexual

Las descripciones y análisis que siguen son resultado de una investigación de largo aliento llevada adelante en Buenos Aires, Argentina, entre 2014 y 2021, que tuvo como objeto a tres especialidades médico-clínicas, entre las que se encontraba la sexología médica. En ese proceso se entrevistaron profesionales, se asistió a congresos, jornadas y cursos en sexología clínica y se recolectaron y analizaron distintos materiales actuantes en este campo, como guías de prácticas clínicas, programas de cursos de formación, materiales para pacientes, entre otros.

En ese proceso se detectó la enorme relevancia de las nociones de respuesta sexual, función y disfunción sexuales. En términos de Bruno Latour, estas nociones traducen el universo —¿podríamos decir “pluriverso”?— de la sexualidad en una serie de procesos fisiológicos consecutivos, organizados y mensurables, asequibles para médicos y médicas y sus herramientas semiológicas y terapéuticas específicas, tales como la exploración corporal, indicación de estudios y prescripción de medicamentos.

La idea de respuesta sexual remite a procesos fisiológicos de características cuasi mecánicas que deberían tener lugar de manera sucesiva ante la presencia de estímulos sexuales. Me refiero a la aceleración del ritmo cardíaco y la ruborización, la lubricación vaginal y la erección del pene y, posteriormente, el coito vaginal, el cual debería finalizar una vez alcanzado el orgasmo, dando lugar a la relajación corporal. Por su parte, la idea de función sexual consiste en la capacidad cisheterosexual de llevar a cabo una determinada performance sexual cuyo eje es la penetración vaginal. Mientras la respuesta sexual consistiría en un fenómeno netamente fisiológico, la función sexual estaría relacionada con las maneras en que hombres y mujeres cisheterosexuales despliegan esos mecanismos para realizar el coito vaginal.

Estas definiciones conllevan una serie de cuestiones que quisiera analizar. Me refiero, en primer lugar, a la identificación naturalizada entre “sexualidad normal” y la práctica cis heterosexual reproductiva: el coito vaginal. Si bien en la literatura de la sexología médica aparecen otras posibilidades como la sexualidad lésbica y gay (siempre cisexuales) y prácticas sexuales no reproductivas entre hombres y mujeres cis (llamadas “juegos previos”), a la hora de describir (y dar forma) a la respuesta sexual humana, esos matices se diluyen: los procesos descritos se organizan y tienen sentido en cuanto hacen posible que los hombres sean capaces de penetrar y que las mujeres sean capaces de ser penetradas. 

En segundo lugar, está el establecimiento de jerarquías entre prácticas sexuales y cuerpos. En la cima de la pirámide, usando la metáfora de la teórica y activista feminista estadounidense Gayle Rubin, se encuentra la sexualidad cisheterosexual reproductiva, es decir, el coito vaginal. Debajo, todo lo que no encuadra: lesbianas, gays; más abajo las personas trans y, también, las personas cisheterosexuales que no consiguen llevar adelante prácticas sexuales de este tipo.

La literatura especializada señala que los motivos de consulta más frecuentes por parte de hombres cis en los consultorios sexológicos se vinculan con las dificultades para alcanzar y mantener erecciones que les permita asegurar un “rendimiento sexual satisfactorio”. Asimismo, indica que los motivos de consulta más recurrentes por parte de mujeres cis son las situaciones englobadas en la figura del “deseo sexual hipoactivo”, es decir, no tener ganas de tener relaciones sexuales. La idea de respuesta sexual establece jerarquías en relación con los tipos de cuerpos y prácticas sexuales, mientras que la noción de función sexual normal establece un patrón de comportamiento trazando una frontera entre lo “normal” y lo “deficiente”. Un punto para atender es que la mayoría de las personas no se ajustan a los parámetros que caracterizan a la normalidad ubicada en la cima de la pirámide, al menos en algunos momentos de sus vidas.

En tercer lugar, quisiera referirme a lo que he llamado la “paradoja cisheterosexual”. Para abordar las disfunciones en la capacidad eréctil, médicos y médicas —y, según elles, también los pacientes— manifiestan preferencia por las terapias farmacológicas. El uso incrementado de este tipo de terapias (con el sildenafil, comercialmente conocido como Viagra, a la cabeza) trae consigo una nueva y vieja manera de concebir la función sexual masculina, pues el medicamento hace que la erección “no falle”, optimizándola en términos fisiológicos, al mismo tiempo que refuerza un guion cultural tradicional que asocia a la virilidad con potencia e infalibilidad. Su administración sutura las dificultades para alcanzar los patrones “normales” de la performance sexual, recreando una capacidad eréctil optimizada y re-naturalizada, pues, según médicos y médicas, es muy común que los hombres utilicen este medicamento en secreto. El medicamento blinda químicamente a la capacidad eréctil más allá del contexto, es decir, poniendo en segundo plano el tipo de estímulos sexuales (más o menos placenteros), las ganas y los sentimientos que puedan ponerse —o no— en juego durante el encuentro sexual. El medicamento resuelve asertivamente cualquier desajuste entre respuesta y función sexual reforzando sus sentidos naturalizados. 

Imagen 2: Pastillas de Viagra

En el caso del deseo sexual hipoactivo, motivo de consulta más frecuente por parte de las mujeres cis, no existe una terapia farmacológica eficaz o análoga a lo que sucede con el sildenafil. O sea, no existe un medicamento que optimice los mecanismos de la respuesta sexual resolviendo de alguna manera la falta de ganas de tener relaciones. Por el contrario, médicos y médicas afirman que esta disfunción es un tipo de malestar complejo y desafiante para su abordaje clínico, pues requiere de un trabajo artesanal y meticuloso orientado a la reorganización de hábitos y al (re)entrenamiento corporal.

Mucho se podría decir sobre esto. Pero ahora voy a señalar lo siguiente: la paradoja cisheterosexual consiste en el desencuentro de los imaginarios y las expectativas. Pues, mientras los hombres cis se angustian ante las posibles fallas en su performance sexual (ya que ésta dificultaría la satisfacción de sus compañeras sexuales, hipotéticamente demandantes), las mujeres cis consultan debido a la angustia que les provoca la falta de ganas de tener relaciones sexuales y el malestar que ocasiona fingir o acceder a tener relaciones para complacer a su pareja.

El análisis de algunos de los postulados fundamentales para la definición de la sexología médica como campo de conocimiento y de las demandas frecuentes en sus consultorios nos invita a reflexionar sobre sus efectos atendiendo a su dimensión normativa y restrictiva. Las vidas, los cuerpos y la sexualidad conforman prácticas y realidades mucho más amplias y diversas que aquello que puede ubicarse —y sólo de a ratos— en la punta de la pirámide. Mi objetivo es resaltar este punto.

El problema de la “naturaleza” sexual en tiempos de ultraderecha

Podríamos aquí comentar lo que está pasando en EE.UU. con el gobierno de Trump y el enorme atropello a las “políticas de género”, especialmente a aquellas vinculadas con los derechos de las personas trans. También podríamos indagar en la liturgia de organizaciones como Vox, de España, y sus máximas tipo “la biología es la realidad” —¿cuál biología y la realidad de quién?—. Pero me voy a detener para reflexionar sobre lo que sucede en Argentina, con el gobierno de Javier Milei.

Durante las últimas dos décadas, este país se destacó internacionalmente por estar a la vanguardia en el reconocimiento de derechos sexuales y (no) reproductivos, y en los derechos específicos de las personas LGBTQ+, especialmente de las personas trans. Estos derechos, en parte, se relacionaron con lo que Nancy Fraser definió hace algunas décadas como “políticas de reconocimiento” y no tanto de redistribución —aunque las políticas de reconocimiento, como tener una identificación legal acorde con quién eres, resulta fundamental para, por ejemplo, trabajar—. La crisis económica de los últimos años fue profunda y afectó especialmente a los sectores históricamente más precarizados como las personas LGBTQ+, mujeres cis, afrodescendientes, marronxs, migrantes y jóvenes. El gobierno de Milei llegó en este escenario luego de un último año del gobierno de Alberto Fernández, en que la inflación superó 200%.

Milei y su política de motosierra, de desfinanciamiento y desguace del Estado, arribaron arrasando con las políticas identificadas como “de género”. Entre estas políticas se encuentran la educación sexual integral, los programas de prevención de violencia de género, de salud sexual, de VIH, las políticas orientadas a la salud trans, entre otras. Además del ataque institucional, el propio Milei y sus voceros no han escatimado esfuerzos en la “batalla cultural” vociferando, sin dejar pasar oportunidades, frente a lo que engloban como “ideología de género”.

Vale la pena señalar que “ideología de género” es un concepto vago e impreciso, pero útil al mismo tiempo para dar forma a un enemigo radical y antagónico mediante el atizamiento de núcleos morales más o menos rígidos vinculados con la sexualidad, presentes de distintas formas en las sociedades occidentales. Un ejemplo: en el último Foro de Davos, de enero de 2025, Milei dijo que “en su versión más extrema, la ideología de género constituye lisa y llanamente abuso sexual infantil. Son pedófilos”. Dijo esa aseveración al mismo tiempo que su gobierno desmantelaba las políticas públicas que podrían prevenir el abuso sexual infantil, como la educación sexual integral.

Imagen 3: Educación sexual.

También hemos escuchado afirmaciones como que las mujeres trans son “hombres disfrazados de mujeres, que violan mujeres”, que la homosexualidad es una “conducta objetivamente insana”, que les homosexuales son “invertidos”, que la “función del recto” —a esta altura la idea de “función” resuena, ¿no?— no es la de ser penetrado, que eso se relaciona con conductas autodestructivas. También hemos escuchado a los voceros de la ultraderecha señalar que uno de los mayores peligros de “la ideología de género” yace en su tentativa —por cierto conspiranoica e infundada— por disminuir la tasa de natalidad en países periféricos, como Argentina. Éstas son algunas de las tantas afirmaciones violentas que se hacen circular asiduamente desde el gobierno .

Hace más de cuatro décadas, Rubin decía que las discusiones sobre la sexualidad son importantes, entre otras cosas, porque conforman un campo sensible que en momentos de crisis se convierte en la arena en que se intensifica la búsqueda de chivos expiatorios. No sé cuánto de esto le sirve al gobierno para desviar la atención respecto de la crisis política y económica argentina. Lo que sí podemos afirmar es que la pirámide que representa la jerarquización de cuerpos y prácticas sexuales, presente y modelada por la sexología médica, se hace muchísimo más angosta y alargada en la maquinaria política de la ultraderecha, promoviendo una separación casi abismal entre la cúspide y el resto. La pirámide de la ultraderecha no sólo representa jerarquías, sino supremacismos, es decir, la defensa de que hay sectores sociales que son preeminentes frente a otros.

A modo de cierre

El problema que ha atravesado este texto tiene que ver con el establecimiento y los efectos de modelos únicos como clave de comprensión performática de los cuerpos y la sexualidad. Releo los manuales sexológicos y confieso que, a la luz de las discusiones presentes, adquieren para mí un sentido que no tenían cuando los leí hace algunos años, cuando la emergencia de las ultraderechas en esta magnitud no era ni una hipótesis remota.

En un texto publicado hace pocos años, Sara Ahmed dijo: “usar ‘sexo’ como si fuera el origen de la organización es disfrazar la organización”. Podríamos parafrasearla diciendo que tomar por universales y objetivas las nociones de respuesta y función sexual (o sea, como si fueran el punto cero de la organización de la sexualidad) sería disfrazar la manera en que se intenta organizarla. Asumir que la sexualidad tiene un sustrato corporal llamado “respuesta sexual” y que ésta conforma un mecanismo objetivo que funciona de la misma manera en cualquier lugar y en cualquier momento de la historia no es un punto de partida, un punto cero ni una mera descripción. Por el contrario, es un punto de llegada, o sea, el efecto de múltiples y numerosas suturas sociotécnicas —como el accionar de la propia sexología y el uso de medicamentos— que la construyen bajo ese manto de naturaleza con el privilegio de eludir cuestionamientos, pues, en sus términos, se trata simplemente de “cómo son las cosas”.

Trayendo al presente lo propuesto por Rubin, necesitamos abordajes teóricos radicales de la sexualidad, perspectivas capaces de producir instrumentos conceptuales que echen luz al menos en dos aspectos. El primero se vincula con la riqueza y pluralidad de la sexualidad. Necesitamos de la proliferación de pensamientos curiosos, sensibles y creativos, capaces de captar los matices y diferencias en las maneras en que las personas nos valemos de múltiples artefactos —o no— y desplegamos nuestras prácticas sexuales y hacemos nuestros cuerpos sexuales y eróticos. El segundo tiene que ver con el abordaje de lo que Rubin llama “la injusticia erótica y la opresión sexual”. El segundo tiene que ver con el abordaje de lo que Rubin llama “la injusticia erótica y la opresión sexual”, es decir, con la importancia de generar esquemas analíticos que nos ayuden a identificar, describir, explicar y denunciar la violencia sufrida por quienes se identifican y realizan prácticas sexuales no normativas.

Los tiempos presentes nos desafían de múltiples maneras. Haciendo propias las ideas de Foucault para “una vida no-fascista”, quizás necesitemos conectar con mayor intensidad la realidad con el deseo. El deseo y su voluntad multiplicadora y desorganizadora se contrapone al pensamiento unitario y totalizante, y ésta podría ser una clave para abrirnos paso ante lo aplastante de las concepciones planas de las ultraderechas. Necesitamos que pensamientos y realidades proliferen “por yuxtaposición y disyunción, no por subdivisión o jerarquización piramidal”. Parte del desafío —creo— está en deconstruir las preferencias apegadas al control, a lo uniforme y a las unidades, y en abrir surcos para que crezca eso (pensamientos, prácticas, formas de vida, redes) que, si bien no conocemos tanto, no deja de moverse de manera sensual, sexual y vital, incomodando.

Bibliografía

  • Ahmed, S. (2021). Crítica del género = Conservadurismo de género. LATFEM. https://latfem.org/critica-del-genero-conservadurismo-de-genero/
  • Foucault, M. (2010). Introducción a la vida no-fascista. En G. Deleuze & F. Guattari, El Anti-Edipo: Capitalismo y esquizofrenia.
  • Fraser, N. (1995). From Redistribution to Recognition? Dilemmas of Justice in a «Post-Socialist» Age. New Left Review, Yo/212, 68-93.
  • Latour, B. (2001). La esperanza de Pandora: Ensayos sobre la realidad de los estudios de la ciencia. Gedisa Editorial.
  • Mines Cuenya, A. (2022). La sexología médica y las ontologías corporales. El abordaje clínico de las disfunciones sexuales de hombres y mujeres cis en la Ciudad de Buenos Aires. Mora, 28, Article 28. https://doi.org/10.34096/mora.n28.12321
  • Rubin, G. (1989). Reflexionando sobre el sexo: Notas para una teoría radical de la sexualidad. En Placer y peligro. Explorando la sexualidad femenina. Egales Editorial.

  1. Docente e investigadora. ↩︎

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