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El feminismo: un chivo expiatorio del neoliberalismo

Maria Medina-Vicent

Extracciones, expolios y apropiaciones han continuado en el siglo XXI, pese a las lecciones contundentes que nos dejó el siglo pasado. En esta circunstancia, los reproches al feminismo parecen ser las secuelas de una coyuntura geopolítica a la que le resultan particularmente incómodas las luchas por la justicia social. ¿Qué poderes hay detrás del antifeminismo?

Por: Maria Medina-Vicent 1

El antifeminismo: mucho más que la fobia al género

El feminismo se ha convertido en la diana del odio de diversos grupos sociales; es el chivo expiatorio de los males que nos acechan. A través del rechazo a dicho movimiento y al concepto de género, se articulan toda una serie de frustraciones que caracterizan a los tiempos actuales y que son producto de una realidad mayor: los efectos que tiene el neoliberalismo en nuestras vidas.

La institucionalización progresiva del feminismo y su popularización alrededor del globo han tenido como respuesta una reacción de corte conservador. Dicha respuesta es una muestra clara de la vigencia social de la lucha por la igualdad y del riesgo que ésta supone para el mantenimiento del status quo. Y es que, ¿qué sentido tendría reaccionar contra algo que no tiene importancia ni visibilidad?

Atendiendo a esta realidad, me planteo cuáles son las razones de fondo para el surgimiento de la reacción contra el feminismo, fenómeno que no se explica simplemente mediante el odio hacia las mujeres. Más allá de tratar de identificar los ejes discursivos de los que se compone el argumentario antifeminista (variable en función del territorio y su historia), cabe preguntarse las razones por las que se da su emergencia, pues solamente de esta manera se puede tratar el fenómeno en toda su complejidad.

En este sentido, considero de vital importancia ampliar el espectro de análisis del antifeminismo y descentrar la variable de género para incorporar otras variables como la raza, la nación, la política, la tecnología, el territorio, la economía y la clase social. Esta situación nos va a permitir ampliar el estudio del fenómeno y comprenderlo no solamente como una reacción contra el feminismo, sino como una consecuencia de la implementación de políticas neoliberales en la vida de los individuos —políticas que, precisamente, lo que buscan es su afianzamiento—.

Mi hipótesis es que, en esta dinámica reaccionaria, se concibe como una amenaza no solamente al movimiento feminista, sino a todos aquellos movimientos que reivindican la igualdad, la justicia y el respeto por otras realidades, como los movimientos antirracistas, indígenas, contra la discriminación por discapacidad, entre otros. El carácter complejo, multidimensional y polivalente del antifeminismo le hace ir más allá del rechazo al género, además de articular un entramado reactivo que trata de reconfigurar y pervertir los conceptos de igualdad, libertad, justicia y, por tanto, democracia.

El eje de todos los malestares

El feminismo se ha convertido en un chivo expiatorio del neoliberalismo. Al atacar a las asociaciones feministas, el sistema neoliberal consigue apartar el foco de atención de la verdadera amenaza que él mismo supone para la vida de los individuos. La implementación de sus políticas de destrucción de derechos, extractivismo, robo de tierras y expulsión generalizada de la población es lo que verdaderamente provoca la precariedad en que emergen los grupos antifeministas. Sin embargo, la incapacidad de dichos grupos a la hora de identificar el origen de sus malestares provoca que el feminismo se haya convertido en el chivo expiatorio perfecto para culpar por la creciente precarización social, la distorsión progresiva de los modelos familiares tradicionales, el detrimento de las formas de vida conservadoras, la pérdida de los valores morales de la religión y, en definitiva —lo que probablemente más les preocupa—, la distorsión de lo que hoy significa ser hombre y ser mujer.

Podríamos caer en el error de pensar que el antifeminismo es un tópico meramente cultural, sin embargo, bajo la reivindicación de las supuestas formas de vida amenazadas por el feminismo, se esconde una precariedad que proviene precisamente de aquello que tanto se afanan en defender: el sistema neoliberal como modelo económico y financiero, así como la subjetividad centrada en la eficiencia y la autogestión, aquélla en que la gente se mira para proyectar su vida.

Gran parte del feminismo surge como respuesta a la precarización perpetrada por el sistema neoliberal. Los grupos precarizados se unen para responder a los ataques y la desposesión a que se han visto sometidos por parte de la implementación de las políticas neoliberales que los ha desahuciado, agredido e invisibilizado. Así, respaldados en un movimiento social que busca la igualdad de derechos y que trata de transformar el mundo desde una práctica crítica, son los grupos feministas (y otros más, cuya forma de vida se ve también amenazada) quienes defienden un mundo más vivible. Desde mi punto de vista, ésta es la clave para comprender por qué se han convertido en un foco de odio, ira y ataques: por la esperanza que nos traen a la hora de pensar formas de vida alternativas al neoliberalismo.

¿Qué sentido tiene atacar a aquellos grupos que luchan por una sociedad más justa? ¿Por qué y cómo se ha conseguido que gran parte de la población conciba al feminismo y al género —un concepto analítico propio de las ciencias sociales— como una amenaza para su bienestar? La respuesta es compleja y no me atrevería a darla por cerrada. Sostengo, sin embargo, que las concepciones negativas sobre el feminismo y el género han conseguido calar en parte de la población por la misma razón que otros discursos xenófobos, homófobos e irreflexivos se extienden con éxito: la pérdida de capacidad crítica de la población.

¿A qué se debe la incapacidad de identificar de dónde provienen nuestros males como sociedad y de dónde nacen los malestares que nos acechan? La falta de capacidad crítica ha afectado la manera como concebimos la democracia y ha allanado el camino para el triunfo de formas autoritarias de hacer política. Judith Butler plantea esta cuestión en su última obra ¿Quién teme al género?, en que afirma que los ataques y la violencia dirigida a la teoría feminista no solamente tienen que ver con el rechazo a las ideas feministas sobre sexo y género, sino que son parte de una maquinación mayor que trata de desarticular nuestra capacidad de pensar críticamente.

La falta de pensamiento crítico impide a los individuos plantearse las preguntas oportunas sobre su propia existencia y el sentido que tiene en el marco social. Pensar críticamente supone poner en entredicho aquello que se nos presenta como natural: cuestionar lo evidente e ir a la raíz que lo sostiene. Ciertos discursos de odio, cuando son naturalizados, pierden su categoría de “antidemocráticos” y, por tanto, parece que pueden ser aceptados en un marco de “tolerancia” malentendida.

Y es que, como diría Hegel, el espíritu de nuestros tiempos se caracteriza por tildar de crítico aquello que no es más que la reproducción de idearios totalitarios, rancios y obsoletos. Por eso el pensamiento crítico es necesario como una forma de resistencia que nos permita desafiar los modelos únicos de vida y pensar otras formas de existencia. Porque más allá del contenido del que dotemos a nuestro pensamiento, en la forma en que elaboramos ese razonamiento residen las claves para saber si nuestra aproximación al mundo es crítica o no.

Antifeminismo de Estado y feminismo de derechas

Si nos preguntamos críticamente sobre las razones de la emergencia antifeminista, veremos que la respuesta va más allá de la fobia al género, el odio contra las mujeres y la emergencia de la ultraderecha alrededor del globo. Es todo eso y más. Se trata de una política estructural de desmantelamiento de la democracia, de la intromisión de los grupos empresariales en los Estados y de la desposesión total de derechos de los grupos más vulnerables, cuyo propósito es allanar el terreno para la expropiación de los cuerpos tanto humanos como naturales.

En este sentido, resulta vital la perspectiva que elabora Verónica Gago al permitir ampliar el tratamiento del antifeminismo no solamente como parte de la “guerra cultural”, sino también como parte de una política estructural afianzada por los Estados que adoptan enfoques antifeministas en sus políticas públicas. Mediante estos instrumentos, algunos gobiernos tratan de utilizar el aparato estatal para desmantelar las políticas de género, pero también para perseguir a aquellas personas y asociaciones que se encargan de la defensa de la igualdad y los Derechos Humanos. Por esta razón, dependiendo del territorio, la reacción antifeminista se afana también en atacar otras luchas, como puede ser la defensa de la naturaleza en las zonas extractivistas.

Coincido, por tanto, con Gago cuando afirma que el feminismo se ha convertido en el chivo expiatorio de la crisis capitalista. Al igual que la autora, considero que el feminismo es un desafío para el orden neoliberal. El antifeminismo nace y se construye como respuesta a una crisis del sistema que aún no se sabe muy bien hacia dónde se encamina. Así pues, la estigmatización del feminismo como enemigo político es una muestra clara de la verdadera amenaza que supone la democracia para el sistema neoliberal, que precisa del manejo de los Estados para afianzarse y extender su lógica de desposesión y muerte.

El antifeminismo no nos habla solamente de una pérdida progresiva de la masculinidad hegemónica que reacciona frente a “las feministas”. Es algo más. De hecho, concebirlo como un proceso relacionado simplemente con la reconfiguración de las identidades resultaría limitado. Y es que otra prueba de la complejidad del fenómeno es que no siempre se muestra frente a nosotras de forma explícita y concreta. En ocasiones, adopta formas sibilinas y contradictorias. Se disfraza de empoderamiento femenino para colar idearios liberales y clasistas dentro del movimiento, contribuyendo a la generación de subjetividades feministas neoliberales de cariz extremadamente complejo. Me refiero, por ejemplo, a la presencia de mujeres dentro de las nuevas derechas que se consideran feministas y se organizan colectivamente.

Carolina Spataro y Melina Vázquez analizan esta cuestión contradictoria en la obra Sin padre, sin marido y sin estado, donde tratan la historia de vida de mujeres que, después de haber participado en algunas de las movilizaciones feministas más relevantes de los últimos años —en este caso, en Argentina—, defienden el liberalismo, pero consideran que hace falta más presencia de mujeres que puedan transformarlo desde dentro. Son mujeres que, paradójicamente, han participado en movilizaciones como la marcha verde o el 8M con la finalidad de exigir derechos para las mujeres, pero, asimismo, han votado a Javier Milei.

Estas identidades complejas y contradictorias, plagadas de incoherencias, son el producto directo de las propias incongruencias del neoliberalismo. Probablemente en otras épocas históricas resultaba más sencillo construir y mantener identidades coherentes y fijas; sin embargo, la realidad rápidamente cambiante a la que nos enfrentamos hoy, además de las exigencias variables que proceden del modelo de subjetividad económica que hemos adoptado como propio, hace que surjan este tipo de subjetividades complejas y de análisis difícil. No obstante, su existencia es la muestra de que vivimos tiempos complicados donde los procesos sociales se encuentran atravesados por variables múltiples que afectan a nuestra identidad y a la manera como nos relacionamos con los demás.

En conclusión, cuando hablamos de antifeminismo, hablamos de mucho más que de una reacción contra el feminismo: hablamos de una respuesta articulada contra el avance hacia la igualdad social. Se trata de una contraorden que permite al sistema neoliberal seguir perpetrando injusticias y destrozando territorios y personas sin consecuencias, condición que, además, cuenta con la complicidad de los aparatos estatales alrededor del globo. Por esta razón, los grupos que reivindican y defienden, tanto una forma diferente de vivir como la construcción de otros mundos posibles, son los más atacados por estos conjuntos reaccionarios.


  1. Profesora titular de Filosofía, Universitat Jaume I, medinam@uji.es ↩︎

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