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Frente al espejo

Por: Guillermo M. Córdova

El deseo circula entre desahogos más o menos efímeros, volátiles y, sin duda, divergentes: aquello que para unos resulta natural, para otros se perfila como una franca extravagancia. Pero, sin importar si se trata del episodio más público o el regocijo más íntimo, el erotismo comienza a tomar sentido desde el ámbito individual. A veces no le interesa tomar otro camino.

Por: Guillermo M. Córdova 1

Reviso nuevamente el mensaje: me dices que me amas. Deseas verme tanto como yo a ti. Saldré corriendo del trabajo para llegar a casa, estar contigo y hacerte el amor como si fuese la primera vez…aunque la semana pasada lo hicimos también.

Seis de la tarde, falta media hora para salir de la oficina. Me meto al baño para poderte mandar un whatsapp que dice: “te extraño, deseo tenerte en mis brazos, el trabajo hoy fue caótico, quiero besarte y acariciarte, te amo mucho”. De inmediato, me contestas: “también extraño tenerte en mis manos y en mis muslos, te amo, te veo en casa”.

Quiero que mi deseo de verte se incremente con la impaciencia de mi llegada tarde. Por eso me tomo mi tiempo para llegar tranquilamente a casa. Tomo el transporte público y veo varias historias dementes y graciosas que grabo en la mente para contártelas como parte de nuestro juego sexual. Hay algunas historias que se pueden observar: unas señoras con sobrepeso y varias bolsas casi de su mismo volumen; una chica de minifalda y escote que varios hombres devoran con la mirada de forma discreta; un novio que le dice a su novia que a Jorge sólo lo utiliza como un experimento sexual, pero que, en realidad, la ama a ella. Tantas historias y sinsentidos cotidianos que ocurren en el metro.

Mientras veo los rieles de la vía, pienso en tus labios y comienzo a soñar con una confusión que da vueltas en mi cabeza. En mi mente se delinea la comisura de tu boca, con ese bosquejo de labios intermitentes entre lo real y la locura, entre el hecho de verlos y no tenerlos, de saborearlos en cada palabra tuya. Esos labios carcajeantes, seductores e irreales están dibujados en mis pensamientos etéreos.

Llegamos a la estación donde debo bajar, caminar unas cuantas calles y llegar a casa. Salgo del vagón. Para oler lo mejor posible para ti, abro mi mochila y saco la loción que tanto te gusta. Llego a casa y tú ya me esperas en la habitación, totalmente en silencio, con tu traje azul que corresponde al día en tu trabajo.

Antes de tocarte, de sentirte, comienzo con el juego clásico del deseo. Te saludo a lo lejos y tú me mandas un beso por el aire. Yo me quito el saco azul y tú vas jalando la corbata roja que tienes atada al cuello. Desabrocho la camisa con una sola mano. Tú me copias y, con una sola mano, vas despojándote de los pantalones.

Nos acercamos, nos besamos. Penetro tu boca con mi legua y tú raspas a ese intruso con tus dientes sin morderlo del todo. Te hago una caricia en el rostro mientras una de tus manos toca mi pecho. Nos separamos un poco para quitarnos el resto de la ropa y poder admirar nuestros cuerpos candentes y sensuales. Ardo por volver a sentir tus caricias, pero prefiero masturbarme un poco.

Con mi mano derecha comienzo un vaivén en mi pene creciente y hambriento de ti. Tú no soportas ese hecho y con tu otra mano derecha tocas mis nalgas. Las acaricias y penetras ligeramente un dedo en mi ano, cosa que me hace dar un jadeo corto. Me acerco a ti, chocando nuestras caras, nuestros pechos y nuestros penes. Te abrazo y, a través del espejo, veo cómo me abrazas. Me tomas por el cuello, mientras dos dedos te penetran por atrás. Acerco de nuevo nuestros labios para saborear el néctar que emanas de tu ser. Con nuestras caricias y nuestros besos, se empaña la luna de cuerpo entero.

Agito con más vigor mi verga, con una caricia suave pero contundente, para explotar. Mientras tanto, tú acaricias tus testículos, sentado en ese sillón que medio refleja el cristal. Es tan placentero lo que hacemos: ese erotismo de poseernos, sin tenernos del todo. Eyaculamos al mismo tiempo. De ese líquido, nos llenamos el cuerpo y el rostro. Tomamos un poco para saborearlo antes de darnos el último beso del día. Te acaricio como si no existieras, como lo que en realidad eres: un reflejo perfecto de mí.

Es una lástima saberte bidimensional y sólo presente en mi pensamiento, aunque ese placer de estar contigo —conmigo— es un momento glorioso que muy pocos comprenderían. Después de hacernos el amor, vuelvo a la realidad: estar solo y desearme hasta la siguiente semana.


  1. Bibliotecario. ↩︎

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